- Argentina busca garantías y mecanismos de crédito desde Francia para financiar la compra de tres submarinos Scorpène a Naval Group.
- La negociación incluye definiciones clave: requerimientos técnicos, costos finales por unidad y la posibilidad —o no— de participación industrial local.
- Un estudio reciente sobre el conflicto por las Malvinas subraya que, en escenarios litorales “sucios”, la ventaja no se define por “más torpedos”, sino por sigilo, supervivencia y adaptación al entorno.
En la discusión contemporánea sobre guerra naval, la Guerra de Malvinas sigue ocupando un lugar singular por una razón práctica: es uno de los escasos conflictos posteriores a 1945 donde hubo operaciones submarinas con efectos operacionales y estratégicos verificables. Un estudio reciente publicado en War on the Rocks retoma esa campaña para argumentar que los escenarios litorales —aguas poco profundas, con fondos irregulares, altos niveles de ruido y “clutter” acústico— producen un tipo de guerra submarina distinta a la imagen clásica de la caza en aguas abiertas. En ese marco, el texto propone que lo decisivo no es la capacidad de “permanecer más tiempo” ni la cantidad de torpedos embarcados, sino la aptitud para moverse cerca del fondo, explotar el entorno para reducir firmas detectables y sobrevivir al esfuerzo antisubmarino que se activa inmediatamente después del disparo.
El primer episodio que estructura la argumentación es el del submarino de la Armada Argentina ARA San Luis. El artículo lo presenta como un ejemplo de “efecto desproporcionado” durante el conflicto por las Malvinas, generado por un único submarino diésel-eléctrico relativamente compacto: aun con limitaciones técnicas y sin impactos confirmados, su sola presencia obligó a la fuerza británica a asignar medios, modificar comportamientos y sostener ciclos de búsqueda y ataque en un ambiente donde los contactos eran ambiguos. El punto analítico no es el resultado de los lanzamientos, sino el costo operacional para el adversario cuando el entorno acústico dificulta la clasificación y cuando el submarino puede “acostarse” sobre el fondo y usar el ruido ambiental como cobertura. En la lógica del autor, aparece la idea de negación del mar: no se requiere destruir unidades para afectar el control del espacio marítimo; alcanza con impedir que el adversario opere con certeza.
El segundo episodio funciona como contraste: el ARA Santa Fe, un submarino más grande y de diseño más antiguo, queda asociado en el texto a la penalización que impone el litoral a plataformas con mayor desplazamiento. En canales y áreas someras, la restricción de profundidad reduce márgenes de maniobra, limita la posibilidad de sumergirse con seguridad y vuelve más probable la detección y el ataque, en particular por helicópteros y medios aeronavales. La lectura central del estudio es que el problema no es solo la “edad” de la unidad, sino su relación física con el entorno: un casco grande, con mayor calado y firmas más relevantes, tiene menos opciones tácticas cuando el fondo está cerca.
El tercer caso es el del HMS Conqueror y el hundimiento del ARA General Belgrano, presentado como evidencia de que el dominio submarino puede redefinir la campaña naval por encima de la superficie. En la interpretación del artículo, el ataque contribuyó a reconfigurar el balance de riesgo para las unidades de superficie argentinas durante la Guerra por las Malvinas, alterando el patrón de despliegue y facilitando mayor libertad de maniobra británica en el componente naval. El argumento subraya un punto doctrinal: la capacidad submarina no solo actúa por destrucción directa, sino por su efecto en la toma de decisiones del adversario y en el diseño de la operación conjunta.
A partir de esos tres sucesos durante la batalla naval de las Islas Malvinas, el estudio plantea conclusiones que dialogan con debates actuales sobre diseño y empleo de fuerzas: en escenarios litorales, “cargar” a un submarino con un gran arsenal puede introducir costos en calado, firma acústica y margen de maniobra; al mismo tiempo, las oportunidades reales de disparo tienden a ser escasas y breves, por lo que el valor reside en sensores, entrenamiento, disciplina acústica y capacidad de evasión post-lanzamiento. En esa línea, el autor sostiene que la plataforma óptima para operaciones en aguas someras debería equilibrar tamaño reducido (para operar cerca del fondo) con capacidad suficiente (sensores, comunicaciones y autonomía razonable), en lugar de maximizar volumen y carga de armamento.

Este marco teórico-operacional ayuda a contextualizar por qué la capacidad submarina sigue siendo un tema relevante para países con amplios espacios marítimos y responsabilidades de vigilancia y disuasión, incluida la Argentina. En las últimas semanas, el debate local se vinculó a gestiones orientadas a destrabar financiamiento para una eventual compra de submarinos Scorpène a Naval Group, con participación del Estado francés mediante esquemas de garantías y créditos de exportación. Aunque los detalles finales dependen de requerimientos técnicos, cronogramas y condiciones financieras, el trasfondo estratégico es consistente con la discusión que propone el estudio: el valor de una fuerza submarina se define tanto por la plataforma como por el ecosistema que la vuelve operativa (entrenamiento, sostenimiento, infraestructura y doctrina).
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