La geopolítica y la defensa volvieron a cruzarse esta semana en torno al rol de Estados Unidos, con Venezuela en el centro de un despliegue militar ampliado, una guerra de drones que se profundiza entre Rusia y Ucrania y el reposicionamiento naval en el Indo-Pacífico frente al avance de China. El resultado es un tablero fragmentado en varios teatros, pero atravesado por una lógica común: disuasión, coerción a distancia y uso combinado de instrumentos militares, económicos y diplomáticos.

En el Caribe, la Operación Lanza del Sur y la presencia reforzada de medios navales y aéreos estadounidenses se superponen con un discurso cada vez más duro desde Washington sobre narcolanchas y organizaciones “narcoterroristas”, mientras la Casa Blanca evalúa distintos escalones de intervención sobre Venezuela.
Caracas responde con un doble movimiento: por un lado, perfila una doctrina de defensa basada en milicias y guerra de guerrillas, preparada para “anarquizar” el territorio en caso de invasión; por el otro, busca amortiguar el impacto económico a través de la OPEP y capitaliza el respaldo político de China y Rusia frente a las sanciones de Estados Unidos.

En Europa y su periferia marítima, el conflicto en Ucrania se consolida como una guerra de desgaste de alta tecnología. Kiev incrementa los ataques de largo alcance con drones sobre infraestructura energética y objetivos en profundidad, al tiempo que Moscú acelera la incorporación de blindados adaptados a entornos saturados por drones y mantiene la integración de sistemas comerciales de comunicaciones satelitales en sus plataformas.
La OTAN intenta sostener a Ucrania mediante una coordinación más estricta de envíos de armamento, mientras el despliegue de bombarderos B-52 en Morón y los incidentes contra terminales y buques petroleros en el mar Negro y cerca de Turquía recuerdan que la dimensión energética y marítima es inseparable del frente terrestre.
En el Indo-Pacífico, la combinación de la nueva nota diplomática china ante Naciones Unidas respecto al papel de Japón en la cuestión taiwanesa y el regreso del portaaviones USS George Washington a Yokosuka refuerza la lectura de un equilibrio naval en revisión, donde las grandes potencias ajustan posiciones, alianzas y presencia militar permanente.
Mientras tanto, decisiones como la ampliación de restricciones de visado por parte de Estados Unidos muestran que la movilidad internacional y el control de flujos humanos también se integran a las herramientas de presión y señalización estratégica en un contexto de competencia prolongada.
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