La reciente oleada de ataques con drones ucranianos contra objetivos en las cercanías de Moscú volvió a poner el foco en una dimensión cada vez más relevante de la guerra: golpes a la distancia sobre infraestructura crítica y centros urbanos, lejos de la línea de contacto. La ofensiva ocurre mientras las fuerzas rusas avanzan lentamente en el frente y las perspectivas de Kiev se vuelven más complejas.

Según el Ministerio de Defensa ruso y autoridades locales, el 24 de noviembre las defensas aéreas derribaron entre 8 y 10 drones ucranianos que se dirigían hacia la región de Moscú. Los restos habrían caído en distintos puntos de la capital y sus alrededores, obligando a la intervención de los servicios de emergencia, aunque sin reportes de daños masivos. El episodio se produjo inmediatamente después de un ataque separado contra la central térmica de Shátura, unos 120 km al este de Moscú, que habría provocado cortes de energía y calefacción para miles de personas.
Drones de largo alcance: capacidad real y límites
En conjunto, estos golpes parecen responder a una lógica coherente de presionar la red eléctrica rusa, aumentar el costo doméstico de la guerra y demostrar que Ucrania conserva capacidad de proyectar poder más allá del frente. Los ataques se apoyan en la expansión del arsenal de drones de largo alcance de Kiev, que combina sistemas propios con apoyo tecnológico occidental.

El hecho de que drones lanzados desde territorio ucraniano alcancen áreas cercanas a Moscú indica mejoras en alcance, navegación y resistencia a interferencias electrónicas. Sin embargo, el episodio también exhibe los límites de esa herramienta: el derribo de la mayoría de los drones por parte de las defensas aéreas rusas sugiere que, si bien Ucrania puede “llegar”, la eficacia militar directa de cada oleada sigue siendo acotada. El impacto se mide más en términos de desgaste psicológico, necesidad de reforzar defensas y estrés sobre la logística rusa que en destrucción sostenida de objetivos estratégicos.
En paralelo, la ofensiva rusa avanza gradualmente en varios sectores del frente, mientras el Kremlin suele utilizar estos ataques para reforzar su narrativa interna de “guerra existencial” y justificar una mayor movilización de recursos, restricciones civiles y prolongación del esfuerzo bélico. Pero los ataques con drones profundos se han convertido en una característica central de los conflictos contemporáneos, aunque rara vez por sí solos rara vez definen el resultado de una guerra de alta intensidad.
Movimientos militares cada vez más amplios
En el caso ucraniano, los ataques sobre Moscú y la infraestructura rusa incrementan el costo de la guerra para Rusia, tanto en términos materiales como simbólicos, pero también refuerzan la narrativa de resistencia de Kiev. No obstante, estos “golpes” no necesariamente se traducen en una victoria, ni revierten la correlación de fuerzas en el frente de batalla, donde el factor determinante sigue siendo la disponibilidad de tropas, munición, artillería, defensa aérea y apoyo externo.
Por lo pronto, todo indica que Ucrania continuará utilizando drones de largo alcance para apuntar a refinerías, nodos eléctricos y otros blancos sensibles dentro de Rusia. La reciente ofensiva volvió a evidenciar una faceta cada vez más central del conflicto, que es este uso de golpes a larga distancia sobre infraestructura crítica y áreas urbanas situadas muy lejos del frente de batalla.
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