Un nuevo golpe de Estado sacudió este miércoles a Guinea-Bisáu, uno de los países más inestables de África occidental, después de que un grupo de altos mandos militares irrumpiera en el palacio presidencial y anunciara la destitución del presidente Umaro Sissoco Embaló. Los oficiales, que se presentaron en la televisión estatal, informaron la creación de la “Alta Comandancia Militar para la Restauración del Orden”, que asumirá el control del país de forma temporal, y cerraron las fronteras “hasta nuevo aviso”.

El golpe se produjo en un contexto electoral, ya que el domingo 23 de noviembre el país celebró comicios presidenciales y legislativos. La controversia no faltó, ya que pudo observarse la exclusión del principal partido opositor. La comisión electoral debía anunciar resultados provisorios el próximo jueves, pero tanto Embaló como su principal rival, Fernando Dias, ya se habían proclamado ganadores del primer turno, alimentando la disputa por la legitimidad del proceso.
Testigos citados por Reuters y la agencia AP relataron intensos tiroteos cerca de la sede de la comisión electoral, el Ministerio del Interior y el propio palacio presidencial en Bissau, que se extendieron durante aproximadamente una hora antes de cesar. Soldados encapuchados y fuertemente armados bloquearon calles y edificios clave, mientras la junta militar anunciaba por televisión la suspensión del proceso electoral, el cierre de los pasos fronterizos y la imposición de un toque de queda nocturno. En declaraciones a la revista Jeune Afrique, recogidas por diversos medios, Embaló aseguró que fue detenido en su despacho alrededor de las 13.00 GMT, “sin uso de la fuerza”, y calificó la maniobra como un “golpe de Estado” liderado por el jefe del Estado Mayor. Según AP, los militares justificaron la toma del poder alegando un supuesto complot para manipular los resultados electorales, en el que habrían participado dirigentes políticos, un narcotraficante y actores extranjeros, aunque no presentaron evidencias públicas.
Un país atrapado entre golpes, elecciones controvertidas y economía criminal
Lejos de ser un episodio aislado, el golpe de noviembre de 2025 se inscribe en una larga secuencia de inestabilidad. Guinea-Bisáu ha sufrido al menos nueve intentos de golpe desde su independencia de Portugal en 1974 y fue calificada como “narco-Estado” por Naciones Unidas en 2008, por su rol como plataforma de tránsito de cocaína entre América Latina y Europa, aprovechando su compleja geografía costera. La combinación de Fuerzas Armadas politizadas, partidos fragmentados y redes criminales ha convertido al país en un eslabón particularmente frágil en la costa atlántica africana.

Las tensiones se intensificaron en las semanas previas a los comicios. A finales de octubre, las Fuerzas Armadas anunciaron la detención de varios altos oficiales acusados de planear un golpe contra Embaló, apenas días antes del inicio de la campaña electoral, en un episodio que ya anticipaba el clima de ruptura institucional. Al mismo tiempo, la exclusión del histórico partido opositor PAIGC de la contienda –por una supuesta presentación tardía de candidaturas– alimentó las acusaciones de manipulación del juego electoral y puso en cuestión la legitimidad de cualquier resultado que favoreciera al presidente.
Ahora, la autoproclamada “Alta Comandancia Militar para la Restauración del Orden” reproduce el discurso de intervenir para “salvar” la Constitución, “clarificar” elecciones o “proteger” a la nación. Los militares aseguran que su objetivo es estabilizar la situación y, después, devolver el país al orden constitucional; sin embargo, no ofrecieron hoja de ruta ni plazos concretos para una transición. El golpe también desafía a la CEDEAO y a la Unión Africana, que en otros casos de la región (Mali, Burkina Faso, Níger, Gabón) han oscilado entre sanciones, mediación y adaptaciones pragmáticas frente a juntas que se consolidan en el poder. Guinea-Bisáu, pequeño país de 2,2 millones de habitantes con una de las rentas per cápita más bajas del mundo, se suma así a lo que analistas describen como un “cinturón de golpes” a lo largo del Sahel y la fachada atlántica, donde las urnas y los cuarteles compiten por definir el futuro político.
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