El lugar que ocupa Venezuela, en la estrategia de Trump para América Latina, es significativo y multifacético. En primer lugar, el despliegue del USS Gerald R. Ford en el Caribe —junto a submarinos, buques y aviones de combate— representa la movilización militar más contundente de Estados Unidos en la región en décadas. Aunque oficialmente el objetivo es la lucha contra el narcotráfico, la configuración de las fuerzas -un portaaviones preparado para proyección de poder- no corresponde completamente con una operación típica de interdicción marítima.

En segundo lugar, la Casa Blanca mezcla el discurso de seguridad -narcoterrorismo, tráfico de drogas, amenazas al “homeland”- con un mensaje político: debilitar o presionar al régimen de Maduro. El despliegue naval coincide con el aumento de sanciones, recompensas por su captura y acusaciones explícitas de Estados Unidos de que Venezuela actúa como hub del narcotráfico. Esta combinación revela que Venezuela no es solo un actor secundario del hemisferio, sino un nudo donde confluyen la seguridad, la diplomacia y la estrategia regional de Washington.
Y tercero, el enfoque hacia Venezuela encaja dentro de una visión más amplia de Trump para América Latina: una política que articula libre comercio, presión sobre regímenes autoritarios, alianzas con gobiernos afines y una mayor presencia militar y de seguridad en el hemisferio occidental frente al avance de China. Venezuela aparece como un caso emblemático que, si se resuelve favorablemente a Washington, serviría como señal de eficacia frente a otros socios. En ese sentido, el objetivo no sería únicamente su cambio de régimen, sino generar un cambio de paradigma en la relación entre EE.UU. y la región.
La presión de Trump en Venezuela despierta alarma en el resto de América Latina
Sin embargo, desde la perspectiva venezolana y de algunos países latinoamericana, el escenario genera alarma. El presidente Maduro calificó el despliegue naval y estadounidense de “amenaza a la soberanía venezolana”. Al mismo tiempo, la política de Estados Unidos puede enfrentar resistencias diplomáticas en la región.

En parte, esto se debe al pasado intervencionista de Estados Unidos en América Latina, pero también surge de un instinto de supervivencia, sobre todo entre los gobiernos de izquierda que ya se ganaron la ira de Trump. Como dijo el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva: “Si esto se convierte en una tendencia, si cada uno cree que puede invadir el territorio de otro para hacer lo que quiera, ¿dónde queda el respeto a la soberanía de las naciones?”.
Lo cierto también es que el momento escogido es clave: la fragilidad económica y militar de Venezuela, la presión migratoria que genera en la región y su posición estratégica en el Caribe hacen que el país sea central en los planes estadounidenses. Pero el riesgo es que una escalada sin salida clara o sin plan de pos-Maduro genere no haga más que complicar la situación.
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