Tras varios años de inestabilidad política y cambios constantes en la conducción de su Cancillería, Perú intenta recuperar presencia en el escenario regional. Su política exterior, marcada por la búsqueda de equilibrio entre pragmatismo y principios multilaterales, enfrenta el reto de redefinir prioridades en un entorno latinoamericano caracterizado por la fragmentación y la competencia de liderazgos.

La política exterior peruana atraviesa una etapa de reconstrucción tras un periodo prolongado de crisis institucional. Los continuos relevos presidenciales y ministeriales desde 2021 afectaron la capacidad del Estado para sostener una línea diplomática coherente. En consecuencia, Perú —históricamente reconocido por su vocación multilateral y su defensa del derecho internacional— redujo su participación activa en foros regionales y perdió protagonismo frente a vecinos como Chile, Brasil o Colombia.
Del repliegue al intento de reposicionamiento
El panorama latinoamericano actual presenta una marcada fragmentación ideológica. Organismos como la CELAC y la OEA muestran divisiones internas persistentes que dificultan consensos en temas clave como seguridad, democracia y desarrollo sostenible. En este escenario, países medianos como el Perú enfrentan el desafío de reposicionarse sin un bloque homogéneo que respalde su liderazgo. Según los últimos informes de la CEPAL y del Wilson Center, la falta de una arquitectura regional estable ha debilitado los mecanismos de coordinación política, generando espacios de influencia más fluidos y competitivos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú ha mantenido, pese a las turbulencias internas, una línea profesional orientada a la continuidad de compromisos internacionales. Sin embargo, los frecuentes cambios de canciller —más de seis en los últimos cuatro años— limitaron la proyección de una agenda sostenida. De acuerdo con un informe reciente del Instituto de Estudios Internacionales de la PUCP (IDEI), se advierte que la falta de una estrategia de mediano plazo ha restringido el margen de acción del Perú en debates regionales, especialmente en materia de integración y defensa de la democracia.
Una diplomacia en busca de estabilidad institucional
Ante la ausencia de bloques ideológicos estables, el país ha optado por un enfoque pragmático que prioriza la cooperación económica y técnica. En este marco, mantiene su participación en la Alianza del Pacífico, espacio que busca revitalizarse pese a las tensiones políticas entre sus miembros. Asimismo, ha reforzado su vínculo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y organismos como la Comunidad Andina (CAN), enfocándose en programas de infraestructura, digitalización y competitividad. Esta estrategia refleja una diplomacia más funcional y menos doctrinaria, centrada en resultados concretos.

En los últimos años, la diplomacia peruana ha buscado incorporar nuevos ejes a su acción exterior: sostenibilidad ambiental, transición energética y cooperación amazónica. Iniciativas recientes impulsadas por la Cancillería y el Ministerio del Ambiente apuntan a posicionar al país como interlocutor en temas climáticos, especialmente a través de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). Además, el Estado peruano ha enfatizado la necesidad de abordar la migración y la seguridad alimentaria como desafíos compartidos en América Latina, alineando su discurso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ONU).
Diversificar alianzas en un mundo multipolar
El Perú también busca equilibrar su política exterior entre los grandes actores globales. Con Estados Unidos mantiene una relación estable centrada en comercio, lucha contra el narcotráfico y cooperación en seguridad. Con China —su principal socio comercial— promueve una agenda de inversión e infraestructura, mientras que con la Unión Europea refuerza los vínculos a través del Acuerdo Multipartes y la diplomacia climática. Esta estrategia de diversificación refleja una política exterior que reconoce la multipolaridad y busca aprovecharla para proyectar estabilidad.
La revalorización del Servicio Diplomático de la República y el fortalecimiento de capacidades técnicas serán esenciales para reposicionar al país. A mediano plazo, la coherencia institucional y la continuidad en la gestión podrían devolverle visibilidad como un actor confiable en la región. En un contexto donde la comunicación internacional y la diplomacia pública son herramientas clave, la profesionalización y la transparencia se perfilan como condiciones necesarias para recuperar influencia.
Qué mirar después
El desafío inmediato será traducir el discurso de estabilidad en acciones sostenidas y visibles. La próxima Cumbre de la CELAC y los foros multilaterales de 2026 podrían ofrecer al Perú una oportunidad para mostrar una diplomacia más activa y propositiva. Sin embargo, el reto de Lima será sostener una política exterior coherente y previsible, capaz de proyectar estabilidad en medio de un entorno regional aún incierto.

La reconstrucción de la diplomacia peruana ocurre en un contexto latinoamericano que también redefine sus equilibrios de poder. Recuperar presencia implicará no solo estabilidad interna, sino una voz activa en los espacios de concertación regional. A futuro, la Cumbre de la CELAC y los foros multilaterales de 2026 ofrecerán a Perú una oportunidad para mostrar una diplomacia más activa y coherente, siempre que logre traducir el discurso de estabilidad en acciones sostenidas.
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Por Johann Patrick Cárdenas, estudiante de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú.












