La escalada entre Estados Unidos y Venezuela sumó un nuevo capítulo esta semana con la confirmación de un refuerzo sustancial de fuerzas navales, aéreas y de operaciones especiales estadounidenses en el Caribe. El despliegue —el mayor en la región desde la invasión de Panamá en 1989— incluye 10.000 efectivos, ocho buques de guerra, un submarino y bombarderos estratégicos B-52, con base en la Fuerza Aérea de Barksdale, Luisiana.
A estos activos se suman cazas F-35, drones MQ-9 Reaper, aeronaves de patrulla P-8 Poseidon y helicópteros Black Hawk, que han sido detectados operando en las cercanías del espacio aéreo venezolano.

Señal de fuerza hacia Caracas
Los vuelos de bombarderos B-52 Stratofortress sobre el Caribe, en trayectorias que los acercaron a Los Roques y Maiquetía, fueron interpretados como una demostración de poder dirigida al presidente Nicolás Maduro.
“Se trata de una señal de que Estados Unidos puede desplegarse y actuar donde y cuando lo decida”, afirmó un exoficial citado por el Financial Times.

Si bien Washington insiste en que la operación tiene como fin combatir el narcotráfico transnacional, el alcance y composición del dispositivo indican una intención disuasiva más amplia, centrada en presionar al régimen de Maduro en paralelo a las sanciones financieras y a la ofensiva diplomática que lidera el secretario de Estado Marco Rubio.
Siete ataques confirmados y 32 muertos
Desde septiembre, Estados Unidos ha destruido al menos siete embarcaciones en aguas del Caribe que, según Washington, estaban involucradas en actividades de narcotráfico, con un saldo de 32 personas muertas.
El presidente Donald Trump declaró la semana pasada que había autorizado a la CIA a realizar operaciones encubiertas en Venezuela y advirtió públicamente a Maduro que “no se meta con Estados Unidos”.

Aunque la Casa Blanca no ha confirmado públicamente los detalles operativos, la escalada de acciones militares se produce en paralelo al colapso de los contactos diplomáticos entre el enviado estadounidense Richard Grenell y funcionarios del chavismo, luego de que Caracas propusiera un acuerdo económico que incluía concesiones sobre recursos naturales y ruptura de lazos con Rusia y China.
Un despliegue sin precedentes recientes
El actual refuerzo militar representa el mayor movimiento de fuerzas estadounidenses en el Caribe desde la invasión de Panamá (1989) y la operación en Haití (1994). Analistas como Mark Cancian (exfuncionario del Pentágono) señalan que la magnitud actual “no es suficiente para una invasión”, pero sí para “ejercer presión sostenida y operaciones limitadas de alto impacto”.
El despliegue caribeño también genera inquietud dentro del propio aparato de defensa estadounidense.
Exoficiales del Pentágono advierten que mantener recursos estratégicos en el Caribe implica asumir riesgos en otros teatros de operaciones, especialmente en el Indo-Pacífico, donde la rivalidad con China continúa intensificándose.
“No hay almuerzos gratis: mover recursos hacia el Caribe significa aceptar vacíos temporales en Asia”, señaló un exjefe de operaciones navales.
Esa evaluación coincide con recientes advertencias del Comando Indo-Pacífico, que teme una reducción de capacidades en misiones de disuasión marítima frente a China, particularmente en el Mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán.
Aunque desde Washington insisten en que “no hay planes de invasión”, la magnitud del despliegue y el tono de las declaraciones de Trump mantienen abierta la posibilidad de operaciones puntuales sobre suelo venezolano. El factor clave, advierten analistas, será la evolución política interna del régimen de Maduro y la capacidad del aparato militar venezolano para contener eventuales incursiones.
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