Desde septiembre de 2025, Estados Unidos realizó al menos seis ataques a embarcaciones supuestamente vinculadas al narcotráfico cerca de las costas de Venezuela, con un saldo de al menos 27 muertos. Paralelamente, se desplegó alrededor de 10.000 tropas estadounidenses, destructores con misiles Tomahawk, aviones F-35 y bombarderos B-52 en el Caribe, a tan solo 12 millas de Venezuela. Este tipo de despliegue plantea la posibilidad de que el Atlántico Sur (y no solo el Caribe) se convierta en un teatro de operaciones más amplio, dada la movilidad naval, las alianzas regionales y el control del flujo de drogas que atraviesa el corredor marítimo atlántico.

En dicho contexto, el gobierno de Maduro podría contar con respaldo militar y logístico de países como Rusia, China e Irán. Aunque China rara vez interviene militarmente fuera de su zona de influencia, podría prestar apoyo estratégico o armamentístico. Además, países fronterizos como Colombia ya movilizaron tropas (cerca de 25.000 en su frontera con Venezuela) y participan indirectamente del escenario.
Mientras que, por su parte, EE.UU. buscó construir una coalición regional ampliada: países como Ecuador, Paraguay y Argentina ya declararon al Cartel de los Soles una “organización terrorista”, alineándose con Washington. Este juego de alianzas muestra cómo un conflicto en el Atlántico Sur no sería estrictamente bilateral, sino que podría involucrar bloques más amplios.

Sin embargo, la utilización del Atlántico Sur como escenario militar trae consigo múltiples riesgos. En primer lugar, la legalidad de los ataques marítimos sin la declaración oficial de guerra. En segundo lugar, la posibilidad de enfrentamientos directos. Y por último, la escalada de operaciones navales que podrían saturar la región e impactar directamente en el comercio marítimo global.
¿Por qué el Atlántico Sur y no solo el Caribe?
El Atlántico Sur ofrece una puerta de entrada hacia rutas marítimas clave, recursos naturales (como petróleo frente a Guyana, otro actor involucrado) y una zona menos monitoreada por el poder naval tradicional de EE.UU. Esta dinámica permite al presidente estadounidense, Donald Trump, proyectar poder contra el narcotráfico y mantener presión sobre regímenes que, en su concepción, desafían la arquitectura de seguridad occidental.
Pero también hay que considerar que en medio de esta creciente militarización, el presidente de Brasil y líder tradicional de la región Sudamericana, Luiz Inácio Lula da Silva, llamó recientemente a evitar intervenciones extranjeras en América Latina, advirtiendo que podrían tener “un impacto más destructivo del esperado”. Desde el Palacio de Itamaraty, Lula subrayó que preservar la región como una “zona de paz” es una prioridad para su política exterior.

Aunque no mencionó directamente las tensiones entre Estados Unidos y Venezuela, su mensaje fue interpretado como una advertencia ante la escalada militar. “Las intervenciones extranjeras pueden causar un daño mayor del previsto”, afirmó, al tiempo que abogó por fortalecer el multilateralismo y resolver los conflictos mediante la diplomacia. La postura brasileña busca marcar distancia tanto de Washington como de Caracas, proyectando a Lula como mediador regional y defensor de la estabilidad hemisférica.
Brasil y el Atlántico Sur: una posición estratégica
En este sentido, Brasil, la mayor potencia sudamericana y actor clave del Atlántico Sur, busca mantener su liderazgo regional sin involucrarse directamente. Lula considera que cualquier intervención militar podría poner en riesgo la soberanía latinoamericana y abrir un nuevo ciclo de dependencia geopolítica.
El gobierno brasileño insiste en que la región debe mantenerse “libre de armas de destrucción masiva y de conflictos importados”. En Itamaraty preocupa que la expansión de las operaciones estadounidenses hacia el Atlántico Sur afecte la seguridad marítima y el comercio en rutas que Brasil considera estratégicas para su soberanía energética y económica.
Entonces, ¿qué escenario favorece cada bando?
Para EE.UU., la clave radica en mantener la narrativa antinarcotráfico, legitimar operaciones en el Atlántico Sur y asegurar que sus aliados latinoamericanos participen activamente. Para Venezuela y sus apoyos externos, el objetivo es convertir la zona en un entorno de desgaste para EE.UU., desplegando defensas costeras, milicias y alianzas diplomáticas que compliquen la intervención directa.

En cualquier caso, es posible afirmar que la región está entrando en una fase de “teatro ampliado”, donde el Atlántico Sur podría funcionar como un nuevo espacio de competencia militar indirecta, generando desafíos para la diplomacia, el derecho internacional y la estabilidad hemisférica.
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