Según analistas occidentales, la reciente oleada de incursiones de drones y cazas rusos sobre espacio aéreo europeo no es un gesto aislado, sino parte de un cambio estratégico más amplio dentro del Kremlin. Detrás de esta escalada se encuentran cuatro factores clave: la política de Estados Unidos, la respuesta militar de Europa, el apoyo creciente de China y el deterioro económico interno que atraviesa Rusia. En conjunto, estos elementos han empujado a Moscú a una fase más arriesgada y agresiva de la guerra, orientada a desafiar la voluntad política de Occidente antes de perder definitivamente la ventaja temporal.
El diagnóstico coincide con el análisis publicado, que advierte que el conflicto entró en “una nueva y peligrosa etapa” donde el tiempo ya no juega a favor de Rusia. Ante un entorno económico cada vez más frágil y un frente diplomático adverso, el Kremlin busca acelerar su “teoría de la victoria”: destruir militarmente a Ucrania y resistir la presión occidental antes de que Estados Unidos y Europa consoliden su ventaja tecnológica y financiera.

Estados Unidos, Europa, China y Rusia: los cuatro motores del cambio
En el plano internacional, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2025 reavivó en Moscú la expectativa de un cambio de rumbo favorable. El Kremlin interpretó su retórica inicial —centrada en poner fin al conflicto rápidamente— como una posible oportunidad para fracturar la alianza transatlántica. Sin embargo, tras la cumbre de Alaska en agosto, quedó claro que Washington no rompería con Kiev ni con Bruselas. Aunque la administración Trump detuvo las amenazas de nuevas sanciones y moderó el discurso, Estados Unidos continúa suministrando armamento a Ucrania, ahora bajo modalidad de venta y no de asistencia directa.
Europa, por su parte, respondió fortaleciendo su arquitectura de defensa común. En la cumbre de la OTAN de junio, los países miembros acordaron elevar el gasto militar hasta el 5 % del PIB para 2035, lo que multiplica por diez el potencial bélico del continente frente a Rusia. Además, la Unión Europea avanza en un préstamo de 140.000 millones de euros para Ucrania, financiado con activos rusos congelados, y en la aprobación de un nuevo paquete de sanciones, el número 19 desde 2022. Este esfuerzo, señalan analistas europeos, garantiza la sostenibilidad militar ucraniana durante al menos los próximos tres años.

China ha asumido un papel más activo dentro de esta ecuación. Pekín accedió finalmente a construir el gasoducto “Poder de Siberia 2”, un proyecto que duplicará las exportaciones rusas de gas hacia territorio chino. Aunque su impacto económico se percibirá recién hacia 2030, este acuerdo refuerza la alianza estratégica sino-rusa y proporciona a Moscú una válvula de escape frente al aislamiento financiero impuesto por Occidente. Al mismo tiempo, China ha sido señalada por la OTAN como un “facilitador decisivo” de la maquinaria de guerra rusa, debido a su venta de bienes de doble uso y cooperación en evasión de sanciones.
El último factor es interno y quizás el más preocupante: el desgaste estructural de la economía rusa. Con tasas de interés récord, escasez de mano de obra y estancamiento civil, el modelo económico del Kremlin depende casi por completo de la producción militar, que ya opera al máximo de su capacidad. Los ataques ucranianos contra refinerías y depósitos energéticos agravaron la crisis, generando descontento incluso entre sectores ultranacionalistas y antiguos aliados de Putin. La renuncia de Dmitri Kozak, histórico asesor presidencial, reflejó el clima de tensión dentro del poder ruso.
Escalada inevitable y dilema europeo
Ante un escenario que combina sanciones, aislamiento y presión militar sostenida, Moscú parece haber concluido que el tiempo ya no está de su lado. Su respuesta ha sido intensificar las ofensivas con drones y misiles sobre ciudades ucranianas y aumentar las operaciones de sabotaje e incursión sobre territorio europeo, buscando desestabilizar y dividir la respuesta occidental.
Los analistas advierten que esta tendencia profundizará la fase de riesgo estratégico. La “teoría de la victoria” de Putin se basa en desgastar a Ucrania en el campo militar y erosionar la cohesión política del bloque occidental antes de que el diferencial tecnológico y económico sea irreversible.
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