Un tribunal de Helsinki desestimó este viernes la causa contra la tripulación del petrolero Eagle S, acusado de haber dañado cinco cables submarinos en el mar Báltico en 2024. La justicia finlandesa sostuvo que el país no tiene jurisdicción para procesar a los marineros, ya que el hecho habría ocurrido fuera de aguas nacionales y debe enmarcarse en la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS).
El buque, registrado en las Islas Cook y tripulado por marinos de Georgia e India, había sido señalado como parte de la denominada “flota en la sombra” de Rusia, utilizada para transportar crudo sorteando sanciones y presuntamente implicada en operaciones de sabotaje contra infraestructuras europeas.
Un caso con impacto estratégico
Las autoridades finlandesas acusaban al Eagle S de haber arrastrado su ancla durante más de 80 kilómetros, seccionando cables de energía y telecomunicaciones entre Estonia y Finlandia. Aunque la interrupción fue limitada, las reparaciones ascendieron a 60 millones de euros. Funcionarios de Finlandia y Estonia habían calificado el episodio como un probable acto de sabotaje, en el marco de la guerra híbrida atribuida a Moscú.

La decisión judicial se produce en un contexto de creciente alerta en Europa por incidentes similares. En 2023, un buque de bandera china dañó un gasoducto entre Finlandia y Estonia, mientras que en 2024 otro petrolero cortó dos cables de fibra óptica submarinos. Para el presidente finlandés, Alexander Stubb, la repetición de estos hechos “no puede ser coincidencia” y justifica una mayor coordinación con la OTAN.
La guerra de los mares y la presión europea
El caso del Eagle S es parte de un patrón más amplio. Esta semana, Francia detuvo a otro buque de la “flota en la sombra” en tránsito hacia India, arrestando a su capitán, un ciudadano chino. El presidente Emmanuel Macron aseguró que estas operaciones buscan “asfixiar el modelo de financiamiento” de la guerra rusa en Ucrania, que depende en gran medida de las exportaciones energéticas.
Con tres incidentes de sabotaje en menos de dos años en el Báltico y un aumento de los vuelos de drones no identificados sobre el norte de Europa, los países de la región refuerzan la narrativa de que se trata de una campaña deliberada de provocación y desgaste ruso. Mientras tanto, el Kremlin continúa negando cualquier responsabilidad.
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