El secretario de Estado Marco Rubio advirtió que EE.UU. responderá tras la histórica condena de Jair Bolsonaro en Brasil, donde el expresidente fue sentenciado a más de 27 años de prisión por intentar un golpe de Estado. La decisión del Supremo Tribunal Federal generó un fuerte cruce diplomático, mientras Donald Trump calificó el fallo como “sorprendente” y comparó el caso con sus propios procesos judiciales.
Trump defiende a Bolsonaro y critica el fallo
Las declaraciones de Rubio marcan un nuevo capítulo en la relación entre EE.UU. y Brasil. El funcionario denunció una “persecución política” encabezada por el juez Alexandre de Moraes. Este último ya había sido sancionado por Washington en julio por supuestas violaciones a los derechos humanos. En un mensaje en X, Rubio aseguró que “Estados Unidos responderá a esta caza de brujas”. El funcionario evitó dar detalles sobre posibles medidas. Sin embargo, las tensiones comerciales y diplomáticas ya se intensifican tras las sanciones previas y los aranceles impuestos por Trump.

En paralelo, la reacción del gobierno brasileño fue inmediata: la cancillería calificó las palabras de Rubio como una amenaza que atenta contra la soberanía nacional. “La democracia brasileña no se dejará intimidar”, sostuvo el Ministerio de Relaciones Exteriores. La condena contra Bolsonaro, el primer expresidente en la historia de Brasil en ser hallado culpable de atentar contra la democracia, no solo divide a la política interna. También reaviva la cercanía con Trump, quien defendió públicamente a su exaliado y cuestionó la legitimidad del proceso judicial.
Dos siglos de oportunidades y fricciones
Las tensiones actuales entre Brasil y EE.UU. tras la condena de Jair Bolsonaro no son un hecho aislado. Forman parte de una historia marcada por la desconfianza y la falta de convergencia estratégica. A lo largo de los últimos 200 años, ambas naciones han compartido valores democráticos y un peso global considerable, pero rara vez han alcanzado su máximo potencial como aliados. Mientras Washington, sobre todo desde la Guerra Fría, tendió a ver el mundo en términos binarios de aliados y enemigos, Brasil desarrolló una política de no alineamiento y multilateralismo, buscando afirmarse como voz del Sur Global y puente diplomático en escenarios de alta fragmentación.

Esta divergencia estructural generó oportunidades perdidas y, en muchos casos, choques en torno a la soberanía y a la percepción de injerencia externa. La reacción del Itamaraty a las declaraciones de Marco Rubio encaja en esta tradición: Brasil defiende su autoridad interna frente a lo que considera ataques externos, mientras Washington suele interpretar la política brasileña desde la óptica de la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Hoy, con Trump comparando la condena de Bolsonaro con sus propios procesos judiciales, se evidencia cómo las tensiones históricas se actualizan en un contexto multipolar, donde ambos países, a pesar de compartir desafíos comunes, siguen atrapados en patrones de fricción diplomática que reflejan su pasado compartido
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