El presidente de Rusia, Vladímir Putin, afirmó durante su visita a China que su país nunca se opuso a que Ucrania se incorporara a la Unión Europea. Sin embargo, insistió en su oposición a la adhesión del país a la OTAN, justificándola como una amenaza directa para la seguridad rusa.

Este planteo surgió como parte de un borrador de paz acordado en 2022 bajo mediación turca, que luego Ucrania abandonó. En él, Rusia aceptaba un futuro ucraniano que fuera política y económicamente europeo, siempre que permaneciera neutral desde el punto de vista militar. Esa fórmula, vista por algunos como realista, permitiría a Ucrania integrarse a Europa sin activar la línea roja rusa de seguridad estratégica.
Analistas sugieren que la aparente “apertura” de Putin tiene fundamentos pragmáticos. Rusia demostró no poder conquistar ni gobernar eficazmente la totalidad de Ucrania. Una ocupación prolongada habría intensificado la oposición interna ucraniana, profundizado su resistencia, aumentado la reactivación militar de Europa y empujado a Moscú a depender aún más de China —una situación poco deseable para las élites rusas.

La neutralidad militar ucraniana, anclada a la integración económica y política europea, podría desvincular el conflicto de la lógica de gran confrontación geopolítica. Además, para Occidente, este intercambio (neutralidad por mayor integración) representaría una oportunidad de estabilizar la región sin comprometer el principio de soberanía de Ucrania.
Este enfoque también encaja con versiones recientes, que afirman que Putin presentó este planteo como alternativa viable durante su encuentro con líderes occidentales y mencionó, según informes, haber discutido garantías de seguridad para Ucrania con el presidente Trump en un contexto diplomático amplio.
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