El segundo mandato de Donald Trump y el acelerado crecimiento del poder nuclear de China y Corea del Norte están empujando a Japón y Corea del Sur a reconsiderar sus históricas políticas de no proliferación. En Tokio y Seúl, sectores políticos y militares plantean la necesidad de fortalecer sus capacidades de disuasión e, incluso, debatir escenarios antes impensados: la adquisición de armas nucleares o la implementación de esquemas de “nuclear sharing” con Estados Unidos.
Dudas sobre el paraguas nuclear estadounidense
Durante décadas, Japón y Corea del Sur se han apoyado en el paraguas nuclear de Washington como garante último de su seguridad. Sin embargo, los cuestionamientos de Trump hacia los compromisos estadounidenses con sus aliados, junto con la imposición de aranceles a socios estratégicos y su acercamiento a Rusia, han erosionado la confianza en la “disuasión extendida”.
La legisladora japonesa Rui Matsukawa, ex viceministra de Defensa y referente del Partido Liberal Democrático, reconoció que Japón debe pensar en un “Plan B” ante la imprevisibilidad de la Casa Blanca. Ese plan, afirma, podría incluir tanto la reducción de la dependencia militar de Estados Unidos como la eventual capacidad de desarrollar armas nucleares.

En Corea del Sur, la situación es aún más visible a nivel social. Encuestas recientes revelan que hasta un 75% de la población apoya la posibilidad de que el país adquiera un arsenal propio frente a las amenazas de Pyongyang. Aunque el nuevo presidente Lee Jae Myung mantiene la posición oficial de no nuclearización, incluso dentro de su partido hay voces que impulsan alcanzar un nivel de “latencia nuclear”, es decir, la capacidad técnica de fabricar una bomba en caso de necesidad.
El peso de la historia y el giro doctrinal
Japón es el único país que sufrió ataques nucleares en su territorio, lo que marcó su política exterior y de defensa durante ocho décadas. Los “Tres Principios No Nucleares” establecidos en 1967 prohibieron producir, poseer o permitir armas nucleares en su suelo. Sin embargo, el debate está cambiando. Encuestas recientes muestran que más del 40% de la sociedad japonesa estaría a favor de revisar estos principios, una cifra que duplica la de tres años atrás.

Incluso en Hiroshima y Nagasaki, ciudades símbolo de la tragedia nuclear, nuevas generaciones cuestionan la viabilidad de sostener una postura estrictamente pacifista en un entorno regional cada vez más hostil.
El factor chino y la carrera regional
China está modernizando y expandiendo su arsenal nuclear a un ritmo sin precedentes. Según estimaciones del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Pekín cuenta con unas 600 ojivas y produce alrededor de 100 nuevas por año. El Pentágono advierte que para 2030 China podría superar las 1.000 cabezas nucleares operativas, consolidándose como un competidor estratégico directo de Washington en el ámbito atómico.
Corea del Norte, por su parte, avanza en el desarrollo de misiles balísticos cada vez más sofisticados, capaces de alcanzar no solo a sus vecinos inmediatos sino también a objetivos más distantes. Estos avances, sumados a las amenazas directas de Pyongyang, incrementan la presión sobre Seúl y Tokio para reforzar sus defensas.

Riesgos y escenarios posibles
Expertos advierten que un viraje hacia la nuclearización de Japón o Corea del Sur podría detonar un efecto dominó en la región. Alexandra Bell, exfuncionaria del Departamento de Estado, señaló que “la percepción en Pekín de que Tokio o Seúl avanzan hacia un arsenal nuclear podría precipitar el conflicto que justamente se busca evitar”.
Más allá de los riesgos diplomáticos, existen obstáculos técnicos y legales. Japón, aunque considerado un “Estado umbral” con acceso a plutonio y tecnología de cohetes, debería enfrentar sanciones internacionales si viola el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Corea del Sur, en tanto, carece de infraestructura para enriquecer uranio o reprocesar plutonio, lo que retrasaría cualquier intento en esa dirección.
Aun así, las actitudes están cambiando. Lo que antes era un tabú en Tokio y Seúl hoy comienza a discutirse abiertamente en foros legislativos y debates públicos. El “efecto Trump”, sumado al fortalecimiento de las capacidades chinas y norcoreanas, está remodelando el mapa de seguridad en Asia del Este.
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