Un artículo publicado en Project Syndicate por el economista Barry Eichengreen trazó un paralelismo entre la actual guerra arancelaria de Donald Trump y la estrategia militar de Margaret Thatcher en la Guerra de Malvinas de 1982. Según el autor, tanto la primera ministra británica como el actual presidente de Estados Unidos apostaron a la “fuerza abrumadora” como herramienta para lograr victorias políticas y estratégicas.
Eichengreen señala que, al igual que en 1982, la estrategia de Trump consiste en imponer condiciones a partir de una demostración de poder que deja al oponente con poco margen de maniobra. En este caso, los aranceles masivos aplicados por Washington a 57 países han recibido respuestas limitadas: solo Brasil, Canadá y China han mostrado voluntad de represalia.
La negociación con Europa
Uno de los ejemplos más contundentes se dio en el acuerdo con la Comisión Europea, que aceptó un arancel base del 15% con pocas excepciones, mientras que Estados Unidos mantuvo gravámenes del 50% para sectores estratégicos como el acero, el cobre y el aluminio. Además, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, se comprometió a aumentar la compra de energía estadounidense e inversiones por 600.000 millones de dólares, sin garantías claras de reciprocidad.

Para Eichengreen, este resultado refleja la debilidad relativa de Europa, condicionada por divisiones internas entre países como Francia, más propensos a la confrontación, y Alemania, cuyo sector automotor busca mantener acceso preferencial al mercado estadounidense. A ello se suma la dependencia europea de Washington en materia de defensa y apoyo militar frente a la guerra en Ucrania.
El “problema del loco” y el cálculo estratégico
El análisis también introduce la idea del “madman problem”: la dificultad de negociar con un líder que no actúa bajo parámetros de racionalidad clásica. La convicción de Trump en los aranceles como herramienta central de política exterior, y su disposición a escalar ante represalias, ha llevado a muchos actores a optar por la inacción antes que arriesgar una escalada aún mayor.

Sin embargo, Eichengreen matiza que no responder con represalias también puede ser visto como un signo de fortaleza, evitando medidas autodestructivas que encarezcan importaciones, alimenten inflación y reduzcan competitividad. En este sentido, plantea que Europa debería aprovechar la coyuntura para acelerar la ratificación del acuerdo comercial con el Mercosur, afianzar lazos con China y fortalecer el sistema multilateral.
Paralelismos políticos y domésticos
Finalmente, el autor sugiere que tanto Thatcher en 1982 como Trump en 2025 han utilizado estas estrategias como herramientas para desviar la atención de sus crisis internas: en el caso británico, el desempleo; en el estadounidense, las controversias vinculadas a las investigaciones sobre los vínculos de Trump con Jeffrey Epstein.
La conclusión del análisis es que la apuesta por la fuerza —militar en Malvinas o económica en el terreno arancelario— puede otorgar beneficios políticos temporales, pero plantea interrogantes sobre sus costos a largo plazo en términos de estabilidad global y relaciones internacionales.
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La fuerza a ellos no les otorga beneficios temporales, muy por el contrario les otorga beneficios a corto, mediano y largo plazo; Malvinas es el ejemplo más evidente.
Los que perdemos beneficios somos justamente los que no tenemos fuerzas ni influencias, reitero Malvinas como ejemplo.