El debate sobre si el Indo-Pacífico debería adoptar una estructura de defensa similar a la OTAN cobra fuerza ante el creciente poder militar y político de China. La propuesta de un pacto de defensa formal entre EE.UU., Japón, Australia y Filipinas, planteada por el Departamento de Defensa estadounidense, busca consolidar una alianza de seguridad regional. Sin embargo, las diferencias en percepciones de amenaza, prioridades estratégicas y dependencia económica de Pekín plantean serias dudas sobre la viabilidad de un marco rígido de defensa colectiva.
Desafíos para una defensa colectiva en Asia
Aunque las alianzas bilaterales como la de EE.UU.-Japón o EE.UU.-Australia, y minilaterales como AUKUS o el Quad, han fortalecido la cooperación en defensa, ninguna ofrece un compromiso mutuo de defensa similar al Artículo 5 de la OTAN. Las amenazas tampoco son percibidas de manera uniforme. Japón se centra en la actividad china en las islas Senkaku, Australia en ciberamenazas y la influencia en el Pacífico Sur, Filipinas en sus derechos marítimos, y Washington en la seguridad de Taiwán. Esta diversidad de prioridades complica la creación de una alianza de seguridad cohesionada en el Indo-Pacífico.

Además, existe escepticismo sobre la capacidad real de responder militarmente a crisis como un conflicto en el estrecho de Taiwán. El riesgo de que algunos miembros no actúen socavaría el valor disuasorio de la iniciativa. A esto se suma que la propia OTAN enfrenta tensiones internas y dudas sobre el compromiso estadounidense a largo plazo, lo que dificulta imaginar un despliegue equivalente en Asia. En este contexto, un pacto rígido podría provocar reacciones adversas de China, y agravar la competencia estratégica en la región.
El avance marítimo de Pekín en el Indo-Pacífico
La creciente agresividad marítima de China, articulada en su estrategia del “Dragón Azul”, complica aún más la viabilidad de una alianza de seguridad tipo OTAN en el Indo-Pacífico. Pekín ha intensificado su presencia militar y coercitiva en puntos clave como Taiwán, las islas Senkaku, el mar de Filipinas y el océano Índico, reclamando el 90% del mar de China Meridional mediante la línea de diez trazos. Sus bases militares en islas artificiales, equipadas con radares costeros, misiles y pistas de aterrizaje, han convertido al mar de China Meridional en un bastión desde el que proyecta poder y restringe la libertad de navegación.

Esta estrategia afecta directamente a Japón, India y varios miembros de la ASEAN, cada uno con respuestas diferentes. Filipinas ha revertido la política pasiva de la era Duterte, reforzando sus alianzas con Estados Unidos y Japón, mientras que Malasia, Brunei y en parte Vietnam evitan confrontar a Pekín de forma abierta. En el océano Índico, la presencia de buques y submarinos chinos en puertos de Sri Lanka y Maldivas preocupa a Nueva Delhi, que intenta contener esta influencia mediante diplomacia y cooperación económica.
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