El sistema internacional atraviesa una transformación silenciosa pero profunda. En un contexto marcado por crisis múltiples, conflictos regionales y una creciente desconfianza hacia los organismos tradicionales, el “minilateralismo”, entendido como la cooperación entre un número reducido de Estados con intereses convergentes, emerge como una alternativa pragmática frente a un multilateralismo estancado.

Lejos de ser una simple anomalía táctica, el minilateralismo está consolidándose como una práctica estructural. Su lógica se aparta de la búsqueda de consensos amplios que caracteriza a organismos como la OTAN o la Unión Europea, privilegiando la acción rápida, focalizada y funcional. En espacios donde la toma de decisiones se ha vuelto lenta o ineficaz, las coaliciones ad hoc como el Quad o AUKUS han comenzado a llenar vacíos, especialmente en escenarios de seguridad regional como el Indo-Pacífico.
Una amenaza estructural para la OTAN y la unidad transatlántica
El avance del minilateralismo representa un desafío directo a los principios fundacionales de la OTAN, particularmente al de defensa colectiva. Mientras el artículo 5 de la Alianza consagra que un ataque contra uno es un ataque contra todos, los pactos minilaterales permiten a ciertos Estados actuar de forma más selectiva, adaptándose a amenazas específicas que la OTAN no está en condiciones de abordar.

Esta fragmentación potencial ya genera inquietud dentro de la Alianza. A medida que los Estados miembros buscan asociaciones paralelas, crece el temor de que la solidaridad fundacional se diluya. Si estas coaliciones minilaterales se vuelven más funcionales y atractivas que las estructuras formales, la legitimidad y cohesión interna de la OTAN podrían deteriorarse con rapidez, dejando al bloque en una posición vulnerable ante amenazas globales.
Europa frente al dilema de la defensa común
La Unión Europea tampoco escapa a esta lógica centrífuga. Aunque ha impulsado herramientas como la Política Común de Seguridad y Defensa, su respuesta frente a crisis internacionales ha sido heterogénea.

Esto plantea un dilema estratégico para Bruselas. Por un lado, permite avanzar en integración militar sin esperar el consenso de los 27; por otro, margina a los Estados menos influyentes y debilita la capacidad de la UE para actuar de forma unificada en el plano global. La fragmentación no solo genera asimetrías dentro del bloque, sino que compromete su proyección como actor geopolítico coherente y legítimo.
El debilitamiento del andamiaje normativo multilateral
Más allá del terreno militar, el minilateralismo erosiona uno de los pilares centrales del orden internacional: la primacía de las normas colectivas. Organismos como la OTAN o la UE descansan sobre la toma de decisiones conjunta, la inclusión y el reparto equitativo de responsabilidades.

Esta deriva puede generar incentivos para el unilateralismo o para estrategias confrontativas que ignoran los principios del derecho internacional. En un escenario donde la gobernanza global se vuelve más transaccional y menos institucional, se pierde la lógica de los bienes públicos compartidos. El riesgo no es solo institucional, sino también normativo: se debilita el sentido de comunidad internacional que sustenta la cooperación pacífica.
Una coexistencia inevitable pero difícil
Reconocer el minilateralismo como una realidad emergente no implica celebrarlo sin reservas. Su ascenso es, en parte, resultado de la parálisis de los grandes organismos multilaterales. Sin embargo, su institucionalización puede socavar precisamente aquello que permitió décadas de estabilidad: la construcción de reglas comunes, mecanismos inclusivos y el principio de responsabilidad compartida.

Integrar selectivamente mecanismos minilaterales a estructuras multilaterales existentes podría ser un camino intermedio, pero requerirá voluntad política y un rediseño estratégico profundo.
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