En medio de una creciente escalada de hostilidades, Irán e Israel han intensificado sus acciones en el marco de una prolongada “guerra de las sombras” que combina sabotajes, ciberataques, operaciones encubiertas y presiones diplomáticas cruzadas. Tras el conflicto abierto de junio, las señales de una nueva fase más agresiva en esta confrontación indirecta se multiplican.
Durante los últimos días, una serie de incendios en instalaciones sensibles de Irán volvió a encender las alarmas en Teherán. El último de ellos ocurrió el jueves 31 de julio en las inmediaciones del Hospital Qaem, en Mashhad, al noreste del país. Aunque medios locales como el diario Hamshahri minimizaron el incidente, las imágenes difundidas en redes sociales sugieren una situación más compleja. El hecho se suma a otros episodios recientes, como un incendio en el aeropuerto de Mashhad el 14 de julio y una explosión en la refinería de Abadán, la más grande del país, que dejó un muerto y varios heridos.
Aunque las autoridades iraníes atribuyeron estas situaciones a accidentes operativos o “quemas controladas”, fuentes diplomáticas europeas citadas por The New York Times apuntan a posibles actos de sabotaje con origen en Israel. La sospecha no es nueva, pero toma nuevo impulso tras el bombardeo israelí del 15 de junio sobre instalaciones petroleras al sur de Teherán, considerado un punto de inflexión tras doce días de enfrentamiento militar abierto entre ambas potencias regionales.

Por su parte, Irán ha intensificado su ofensiva cibernética contra Israel. El grupo Cyber Isnaad Front, creado tras la guerra de junio, reivindicó recientemente un hackeo a la empresa Manamim Food Industries Holding, proveedora logística de las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza, según informó la agencia semioficial iraní Mehr. Aunque la compañía no confirmó el ataque, medios iraníes lo enmarcan como parte de una estrategia digital de represalia y disuasión.
Un escenario diplomático en retroceso
Mientras tanto, el frente diplomático también presenta señales de deterioro. En una entrevista con el Financial Times, el canciller iraní Abbas Araghchi reconoció que aún es posible retomar las negociaciones nucleares con Estados Unidos, aunque advirtió que el margen de maniobra es “estrecho” y que el sentimiento “anti-negociación” crece dentro del régimen. Según Araghchi, Washington debe asumir su responsabilidad por “haber atacado en medio de las conversaciones” y garantizar que no volverá a hacerlo si se pretende avanzar hacia un acuerdo duradero.
Estas declaraciones se producen en un clima interno cada vez más hostil a cualquier tipo de acercamiento con Occidente. El presidente del Parlamento iraní, Mohammad Bagher Ghalibaf, fue contundente en una reunión con representantes de Omán: “Los líderes del mundo islámico no deben olvidar la hipocresía de Estados Unidos. Se realizaron cinco rondas de diálogo, y antes de la sexta, atacaron Irán”.

A pesar de la retórica confrontativa, la diplomacia sigue operando en segundo plano. El viernes pasado se realizó en Estambul un encuentro entre representantes iraníes y del E3 (Francia, Reino Unido y Alemania), enfocado en el posible uso del mecanismo snapback. Esta cláusula del acuerdo nuclear de 2015 permite reimponer sanciones de la ONU de forma automática si Teherán incumple sus compromisos. Europa advirtió que podría activarlo antes de su expiración en octubre si no hay avances verificables en cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Sin embargo, Araghchi fue escéptico: “No hay motivos reales para negociar con Europa si no pueden levantar las sanciones impuestas por Estados Unidos”. A esta postura se sumó una nueva ronda de sanciones por parte de Washington, la más extensa desde 2018, que alcanzó a más de 115 individuos y empresas vinculadas al comercio petrolero iraní, según informó Al-Monitor.

La guerra encubierta se intensifica
Con un tablero marcado por la desconfianza mutua, los canales de comunicación bloqueados y operaciones clandestinas en expansión, el conflicto entre Irán e Israel se proyecta como una confrontación de largo aliento, cada vez más difícil de contener. La sucesión de incendios sospechosos, ciberataques dirigidos y señales de repliegue diplomático consolidan un escenario de alta tensión que deja poco margen para la distensión.
A medida que ambos actores profundizan su estrategia de desgaste mutuo, el riesgo de un nuevo enfrentamiento abierto vuelve a crecer. La guerra de las sombras, lejos de disiparse, se vuelve más peligrosa y sofisticada.
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