La administración Trump reactivó su agenda comercial más agresiva con la imposición de una nueva ronda de aranceles a las importaciones de decenas de países, incluyendo aliados estratégicos y potencias emergentes. A partir del 1 de agosto, se aplicarán tasas de hasta el 50% sobre bienes extranjeros, en un intento por forzar la relocalización industrial, generar ingresos federales y reducir el déficit comercial estadounidense.

Según informó la Casa Blanca, alrededor de dos docenas de países han sido notificados formalmente y deberán pagar nuevos aranceles si no alcanzan acuerdos de último momento. Entre los más afectados se encuentran Brasil, con un arancel del 50%, Tailandia con el 36%, y Corea del Sur con el 25%.
Penalizaciones a aliados y represalias cruzadas
En cada una de las cartas enviadas, el presidente advirtió que cualquier represalia arancelaria por parte de los países afectados será respondida con medidas aún más severas. Las tarifas también se aplican de forma independiente a los aranceles específicos por sectores, como los automóviles o el acero.

El mandatario justificó muchas de estas medidas bajo la fórmula de “aranceles recíprocos”, basada en los déficits comerciales bilaterales de Estados Unidos, aunque economistas han cuestionado ampliamente esa lógica.
Acuerdos bilaterales y aranceles diferenciados por país
Mientras intensifica su política proteccionista, Trump también ha alcanzado acuerdos comerciales con varios países. El más reciente, con la Unión Europea, establece un arancel promedio del 15% a sus productos, a cambio de un mayor acceso al mercado estadounidense.
Japón firmó un acuerdo similar, incluyendo una contribución de 550.000 millones de dólares en inversiones y una flexibilización de los aranceles sobre su sector automotor.
Otros países como Vietnam, Indonesia, Filipinas y el Reino Unido también han cerrado acuerdos parciales. En el caso de Indonesia, se acordó una tarifa del 19%, y en muchos casos, se fijaron aranceles diferenciados para bienes que contienen insumos provenientes de China o Rusia. Esta modalidad refuerza un sesgo geopolítico en la nueva estructura arancelaria, al penalizar indirectamente a las cadenas de valor vinculadas con esos países.
China sigue siendo el principal blanco de la política comercial estadounidense. En mayo, se acordó un arancel base del 30% sobre las importaciones chinas, lo que desescaló temporalmente la tensión bilateral.

Canadá, México y los aranceles sobre productos no cubiertos por el T-MEC
Los socios norteamericanos de Estados Unidos tampoco han quedado exentos. Canadá enfrentará un arancel del 35% y México del 30% sobre productos que no estén contemplados dentro del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Aunque algunos productos podrían ser eximidos, el gobierno estadounidense aún no ha definido los detalles de la medida.
Inicialmente, en febrero, Trump había anunciado un arancel del 25% a todas las importaciones desde ambos países, acusándolos de no hacer lo suficiente para frenar el tráfico de fentanilo. Posteriormente, suavizó la medida al excluir los productos amparados por el T-MEC, pero mantuvo la presión sobre el resto de las exportaciones.

Cronograma incierto y riesgo inflacionario interno
Pese a que la fecha clave para la implementación es el 1 de agosto, la administración ha postergado decisiones similares en el pasado, apelando a pausas de 90 días para cerrar acuerdos. Sin embargo, asesores del presidente afirman que esta vez no hay intenciones de extender el plazo, lo que genera incertidumbre en los mercados internacionales.

En su conjunto, la estrategia de aranceles globales reconfigura el comercio exterior de Estados Unidos, no solo como instrumento económico, sino como herramienta de presión diplomática. Con más de 90 acuerdos pendientes, la política comercial se ha convertido en una extensión directa de la agenda geopolítica del presidente.
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