La escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania ha ingresado en una nueva fase crítica, marcada por ataques masivos con drones a ambos lados del frente y revelaciones que comprometen la narrativa del Kremlin sobre el desarrollo de la guerra. Durante la noche del 17 de julio, Ucrania desplegó un ataque coordinado con drones que alcanzó múltiples regiones del oeste ruso, incluyendo las ciudades de Moscú y San Petersburgo, mientras documentos filtrados detallan pérdidas catastróficas dentro del Ejército ruso, particularmente en la 41.ª Armada Combinada.
Oleada de ataques ucranianos con drones en suelo ruso
Según medios y autoridades rusas, durante la madrugada del 17 de julio, la defensa aérea interceptó múltiples drones ucranianos que se aproximaban a la capital rusa. El alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin, informó que tres aparatos fueron derribados entre las 2 y las 3 de la mañana, sin que se reportaran daños materiales ni víctimas.
En San Petersburgo, el aeropuerto de Pulkovo suspendió operaciones brevemente ante la posible amenaza de drones, lo que provocó demoras en al menos diez vuelos. La agencia Rosaviatsiya indicó que se trató de una medida preventiva, en línea con otros cierres temporales ocurridos durante ataques previos.

El gobernador de Smolensk, Vasily Anokhin, declaró que 14 drones fueron neutralizados en su región, aunque uno de ellos logró herir a un civil. En la ciudad de Vorónezh, un dron habría impactado contra un edificio residencial, dejando tres niños heridos, según canales rusos de Telegram. Asimismo, en Kaluga una adolescente de 14 años resultó herida y en Belgorod, un ataque ucraniano causó la muerte de un civil y seis heridos adicionales.
En total, el Ministerio de Defensa ruso afirma haber derribado 122 drones ucranianos en diferentes regiones, una cifra récord que pone de manifiesto la creciente capacidad ofensiva no tripulada de Kiev. No obstante, las autoridades ucranianas no han emitido comentarios oficiales sobre esta operación, y medios independientes como The Kyiv Independent advierten que no es posible verificar de forma independiente las afirmaciones rusas.
Intensificación de los bombardeos rusos sobre Ucrania
La ofensiva ucraniana con drones fue precedida por una serie de ataques rusos en varias zonas del frente, en especial sobre ciudades del este y sur de Ucrania. En Nikopol, una táctica conocida como double tap —dos ataques consecutivos con fines letales contra rescatistas y civiles— dejó cinco heridos, incluidos tres trabajadores de emergencia. En la región de Donetsk, una bomba aérea de 500 kg lanzada por Rusia impactó en un centro comercial, provocando dos muertes y al menos 28 heridos.
El día anterior, Rusia había desplegado una nueva oleada de misiles y drones sobre regiones del oeste ucraniano, afectando infraestructuras críticas y dejando cortes masivos de electricidad. El presidente Volodímir Zelenski declaró recientemente que solo en la semana previa, Rusia lanzó más de 1.800 drones de largo alcance, con un ataque récord el 9 de julio en el que se utilizaron 728 drones tipo Shahed y señuelos.

Mientras tanto, desde Washington, el presidente estadounidense Donald Trump lanzó una advertencia directa a Moscú: el Kremlin tiene 50 días para llegar a un acuerdo de paz o enfrentará una batería de sanciones económicas, incluyendo nuevos aranceles. Al mismo tiempo, confirmó que misiles Patriot ya se encuentran en camino hacia Ucrania como parte del nuevo esquema de asistencia militar aprobado en el marco de la OTAN.
Documentos filtrados revelan el colapso de la 41.ª Armada rusa
En paralelo a la ofensiva aérea, el proyecto ucraniano “I Want to Live”, vinculado a la inteligencia militar, divulgó documentos internos obtenidos de fuentes rusas que revelan pérdidas devastadoras en las filas del Ejército ruso, especialmente en la 41.ª Armada Combinada que opera en Donetsk.
Los informes indican que, al 1.º de junio de 2025, esta fuerza —integrada por cuatro brigadas de infantería motorizada— acumulaba al menos 8.625 soldados muertos, 10.491 desaparecidos y 7.846 desertores. Las cifras son particularmente alarmantes en la 74.ª Brigada de Kémerovo, donde las bajas y deserciones superan ampliamente el número original de efectivos, estimado en 3.500.

Otras brigadas con cifras críticas incluyen la 35.ª de Altái (1.975 muertos, 3.163 desaparecidos, 2.229 desertores), la 55.ª de Tuvá (1.430 muertos, 1.467 desaparecidos, 1.616 desertores) y la 137.ª Brigada (1.158 muertos, 2.319 desaparecidos, 948 desertores). Solo el 31 de mayo, 42 soldados desertaron, muchos de ellos pertenecientes a las llamadas “compañías V”, integradas por convictos usados como carne de cañón.
Estas filtraciones no solo ponen en duda la sostenibilidad militar de Moscú, sino que también exponen una fragilidad estructural: el modelo de contratación de soldados mediante incentivos económicos —una suerte de “contrato social alternativo”— no parece viable a largo plazo. Según George Barros, analista del Institute for the Study of War (ISW), “Putin diseñó una estrategia para una guerra corta, no para un conflicto prolongado”.
La dimensión económica del desgaste militar ruso
Aunque el Kremlin ha perdido, según Kiev, más de un millón de efectivos entre muertos y heridos desde el inicio de la invasión en febrero de 2022, no hay señales de un viraje en su doctrina militar. Sin embargo, detrás de esa cifra se esconde una amenaza aún más profunda: el agotamiento económico del Estado ruso.
La guerra se ha convertido en una trampa presupuestaria y social. Sin una movilización forzosa como la soviética, y dependiendo cada vez más de voluntarios pagados o convictos reclutados, Moscú enfrenta una encrucijada estratégica. Las ofensivas continúan, pero los fundamentos materiales y humanos que las sostienen parecen cada vez más precarios.
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