Torre Pacheco, un municipio agrícola en la región de Murcia, se ha convertido en símbolo de las tensiones raciales que atraviesan a la sociedad en España. En julio de 2025, una serie de disturbios y ataques contra jóvenes de origen magrebí, organizados por grupos xenófobos de ultraderecha, ha expuesto una realidad cada vez más preocupante: el crecimiento del racismo estructural, el abandono institucional de comunidades marginadas, y el uso del miedo a la inmigración como herramienta política. Lo que comenzó con un incidente aún bajo investigación, escaló rápidamente en violencia callejera, dejando al descubierto la fragilidad del tejido social y el impacto de los discursos de odio en contextos vulnerables.
“Cacerías” y discursos de odio
Durante tres noches consecutivas, el barrio de San Antonio fue escenario de ataques violentos encabezados por hombres encapuchados y organizados por Telegram, que autodenominaron su acción como una “cacería” contra jóvenes de origen magrebí. El disparador fue la brutal golpiza a un vecino sexagenario del pueblo, un evento que causó indignación generalizada. A pesar de que la agresión todavía está bajo investigación, el juicio en la calle fue inmediato y explotado por actores externos que llegaron al municipio con la intención explícita de desatar el caos.

La tensión fue amplificada por la presencia del presidente de Vox en Murcia, José Ángel Antelo, quien participó en un acto en el municipio bajo el lema “Defiéndete de la inseguridad”, relacionando inmigración con criminalidad. Este discurso fue señalado por la delegada del Gobierno, Mariola Guevara, como responsable de “alentar la violencia” y de institucionalizar el odio racial. La ultraderecha, advierten analistas y autoridades, encuentra terreno fértil para sembrar miedo y resentimiento, convirtiendo municipios con tradición de convivencia en escenarios de enfrentamiento.
Racismo, política y descontrol institucional
Los hechos ocurridos en Torre Pacheco no fueron espontáneos. Detrás de los disturbios, se identifica una planificación coordinada desde redes sociales y grupos organizados de ideología ultraderechista, que convocaron a la “cacería” contra jóvenes magrebíes. El discurso que vincula inmigración con delincuencia ha ganado espacio mediático y político, con actores como Vox reproduciendo mensajes que asocian sistemáticamente la inseguridad ciudadana a la presencia de migrantes. La visita de su líder regional en pleno auge de la tensión evidencia esta estrategia.

Este tipo de retórica no solo alimenta el odio racial, sino que también erosiona la cohesión social en localidades donde la convivencia ha sido históricamente pacífica. La reacción institucional ha sido ambigua: mientras las autoridades locales reconocen el aumento de la delincuencia, minimizan la desatención estructural que sufren muchos jóvenes de origen extranjero. La ausencia de políticas efectivas de inclusión y prevención, sumada a la normalización del discurso xenófobo, crea un caldo de cultivo para que los ataques y los disturbios se repitan en otros puntos de España.
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