Entre el peligro nuclear y el temor por la tercera guerra mundial, Medio Oriente es testigo de otro conflicto entre dos enemigos que pueden llevar a una escalada regional
En un mundo cada vez más hostil, las viejas enemistades siempre encuentran un nuevo escenario conflictivo que los lleva al uso de la fuerza. Más aún cuando hay grandes potencias involucradas que intentan obtener un rédito en conflictos externos. Los históricos intereses de cada una de las partes en Medio Oriente están claros, pero las posturas de los líderes políticos fueron muy volátiles últimamente y puede ser muy difícil comprender esta situación en su totalidad. En medio de posturas cambiantes, negociaciones fallidas, intereses de los grandes poderes y un uso de la fuerza sin precedentes en los últimos años, resulta interesante analizar qué está pasando entre Irán e Israel y cuáles son sus consecuencias.
Para comenzar, es necesario mencionar los objetivos e intereses de cada país. Irán inició un proceso de enriquecimiento de uranio que la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) alertó de ser peligroso, ya que excedían los límites permitidos. Ante las presiones de la OIEA, Irán no permitió controles de sus centrales nucleares y amenazó con retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), una reacción que habla por sí sola. Además, con el fin de evitar daños por ataques aéreos, Irán ha levantado instalaciones nucleares subterráneas como parte de su retórica de seguir construyendo este tipo de centrales en caso de que Israel o Estados Unidos destruyan alguna de ellas en la superficie. En el fondo de la cuestión, Irán precisa de armas nucleares para evitar futuros ataques y aumentar su seguridad, mientras que Israel ha mostrado claros comportamientos de querer ejercer como “gendarme” de la región como fueron por ejemplo, las misiones militares ante Gaza y el Líbano. Entre los actores de primer orden, Estados Unidos desea bloquear por completo el programa nuclear de Irán, logrando su rendicion incondicional y, en lo posible, debilitar el régimen islamista. Es interesante analizar que al principio Estados Unidos no mostró señales de atacar a Irán, al contrario, la Administración Trump siempre rechazó involucrarse en conflictos extranjeros y advirtió en una primera oportunidad al Premier israelí Benjamin Netanyahu, que Israel había actuado unilateralmente sin acuerdo previo con Estados Unidos. La política es sin dudas el arte de lo impredecible.
Entre las posibles consecuencias a largo plazo de la “Guerra de 12 días” se puede pensar en el cierre del estrecho de Ormuz, una escalada internacional del conflicto, el aumento de bases norteamericanas en Medio Oriente, un revés en el programa nuclear iraní y movilizaciones de Rusia y China en apoyo a Irán. Del fortalecimiento de la relación entre Estados Unidos e Israel, sin dudas, este último es un claro ganador ya que, a pesar de que al principio el gigante norteamericano criticó duramente el accionar unilateral de la nación judía, rápidamente se entrometió en el conflicto. Esto es una victoria para Netanyahu , quien logró involucrar a Estados Unidos en su propia agenda. Podría suponerse que a cambio de haber atacado a Irán, ahora Israel debe aceptar un alto al fuego y debe sentarse a negociar con su enemigo para detener la violencia en Medio Oriente, un claro objetivo de Donald Trump. No sería una mala opción para Irán, a sabiendas de que su régimen está en plena crisis, su legitimidad interna disminuyó y su programa nuclear está a años de estar en donde estaba hace dos semanas. Además, se trazó una línea divisoria a nivel global entre los Estados que defienden los “rogue States” como Irán y los que defienden la seguridad.

Las operaciones militares en Medio Oriente sorprendieron por su precisión y eficacia. Por el lado de la Operación “Rising Lion”, el objetivo principal fue eliminar los misiles balísticos y los centros de enriquecimiento de uranio iraníes. Los blancos de la primera fase de la operación fueron: figuras clave del régimen iraní, científicos y líderes militares, instalaciones nucleares operativas y baterías SAM (“surface to air missile”) de Teherán y un ataque adicional al armamento misilístico iraní para reducir su capacidad de contraataque, utilizando drones explosivos. Todos los ataques han sido en simultáneo, no de manera sucesiva, siendo una de las especiales particularidades de esta operación que lleva años planeándose. El éxito de la operación dependió rotundamente de la inteligencia, la precisión, el manejo político de la situación y el mantenimiento de la ventaja estratégica sobre Irán en todo momento.
¿Qué dijeron las potencias al respecto? Por un lado, Estados Unidos declaró que la operación fue un éxito y que aún queda más por venir. Por otro lado, Rusia sostuvo que en caso de escalar la tensión en Medio Oriente, apoyaría a Irán. No es sorprendente esta declaración debido a los lazos comerciales y militares entre ambos países (Irán proveía de drones militares a Rusia en su guerra con Ucrania). Por su parte, el Reino Unido alegó que a nadie le sirve una escalada de tensión, por lo que es imperioso volver a los medios diplomáticos de negociación. Resulta ambigua la posición británica sobre este aspecto, ya que el Primer Ministro, Kevin Stormer, acordó con Ucrania, aumentar la producción de drones para reforzar la defensa contra Rusia. Otros países del “bloque estratégico” de Israel como Francia e Italia, mostraron su apoyo sosteniendo el derecho de los israelíes a su propia defensa preventiva y responsabilizando a Irán por la escalada del conflicto. Los países europeos que criticaron la ofensiva israelí fueron España, Irlanda, Eslovenia y Países Bajos. En cuanto al mundo árabe, Israel fue claro al alertar a los proxies iraníes que no se involucren en el conflicto si no quieren sufrir represalias.
El ataque de Israel brindó una ventana de oportunidad para Estados Unidos, al ablandar el terreno y sentar las condiciones para una ofensiva decisiva. La operación “Midnight Hammer” fue crucial para eliminar todo tipo de existencia a la seguridad global y regional, devolviendo la estabilidad en Medio Oriente. Los ataques en Fordow, Natanz e Isfahan dieron fin a la larga política de contención y apaciguamiento de Estados Unidos, que se muestra ahora como símbolo de seguridad estratégica para sus aliados. Además, la operación militar estadounidense provocó cierta volatilidad de corto plazo en los mercados, pero este es un precio bajo a pagar con tal de evitar que Irán llevara a cabo su programa nuclear. China y Rusia declararon que la ofensiva norteamericana no tenía ningún sentido y que carece de justificación, pues no había sufrido ningún ataque previo. Por su parte, Irán señaló que ahora todas las bases estadounidenses son un blanco legítimo, de aquí la explicación de los bombardeos en Qatar.
Las ofensivas militares en Medio Oriente no solamente interrumpieron el proceso de “weaponization”, es decir, el transcurso entre el enriquecimiento de uranio y la obtención del arma nuclear; sino también las rondas de negociaciones en Omán y Roma. Irán no aceptó las propuestas estadounidenses y sostuvo que seguiría enriqueciendo uranio. Como si fuera poco, espera tener 10000 misiles balísticos en tres años y duplicar esa cantidad en poco tiempo, siendo una amenaza intolerable para Israel teniendo en cuenta su pequeña superficie territorial.

El vigente “alto al fuego” no es más que una pausa temporal impuesta por Estados Unidos que llegará prontamente a su fin. Las condiciones de cada parte para poner fin al conflicto son incompatibles, por lo que es impensable una paz a corto o mediano plazo. Israel no tolera un programa nuclear iraní al significar una amenaza existencial e Irán busca la destrucción del Estado judío, basado en la infiltración masiva de terroristas, un arsenal gigantesco de misiles balísticos y un sólido programa nuclear.
¿Cómo se dividirá el mundo a raíz de este conflicto? Una de las vertientes es una bipolaridad dual: en este sentido, el polo transatlántico tendrá como potencias a Estados Unidos y a la Unión Europea, mientras que el polo asiático tendrá a Rusia y China como ejes rectores. Cada uno con sus proxies, ideologías e influencias regionales, siendo esta tendencia la más esperable. Por otro lado, se presentan dos casos distintos pero con algunas similitudes, que versan sobre una bipolaridad asimétrica. Esto quiere decir, en términos simples, que ambos polos de poder no tienen la misma cantidad de potencias. En línea con lo que el presidente Donald Trump ostenta conseguir, el primer polo contiene a Estados Unidos y Rusia como grandes potencias, mientras que el polo asiático contiene a China como único gran poder. Esta realidad estaría bastante acorde a los intereses de Estados Unidos de aislar a China, dejándola con menos poder e influencia, sin embargo, es improbable. Por último, otro escenario emerge como posible outcome del nuevo panorama de poder y es lo que creo, personalmente, que ocurrirá. Un mundo con una bipolaridad asimétrica donde el polo transatlántico estará liderado por un Estados Unidos debilitado (con el superficial apoyo de la Unión Europea) y el polo asiático será liderado por Rusia y China con una relación fortalecida y más estable, teniendo como principales aliados a Irán y Corea del Norte.
Lo que nos deja este conflicto, es una nueva configuración de orden mundial en donde existe un balance de poder tripartito: Estados Unidos, Rusia y China serán los grandes poderes rectores de un orden sin reglas ni paz. Estados Unidos y Occidente deben solucionar el vacío de poder, la incertidumbre y las oscilaciones en la toma de decisiones si quieren evitar una primacía de la política del indopacífico por sobre la transatlántica. Se avecina una era de conflicto permanente que tendrá como cara visible la violencia, los ataques preventivos y el peligro nuclear.
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