En los últimos cinco años, la estrategia de Europa hacia China ha pasado de un enfoque centrado en el compromiso económico a una postura de creciente cautela basada en el “de-risking”. Esta transformación refleja una revalorización profunda de los vínculos con Pekín, que ahora es percibido no solo como socio y competidor, sino como un rival sistémico que plantea desafíos en materia de seguridad, tecnología y autonomía estratégica. La nueva estrategia europea busca equilibrar protección y pragmatismo en un escenario internacional cada vez más polarizado.
De socio comercial a rival estratégico
El cambio en la narrativa oficial comenzó en 2019, cuando la UE caracterizó por primera vez a China como “socio, competidor y rival sistémico”. Sin embargo, eventos como la pandemia, la invasión rusa a Ucrania y el apoyo de Pekín a Moscú aceleraron un giro hacia la rivalidad y la contención. Países como Austria ya lo reflejan en sus estrategias de seguridad, donde se reconoce explícitamente la amenaza que supone la rivalidad China–EE.UU. y se llama a reducir dependencias críticas sin caer en una ruptura total. Esta nueva visión también se expresa en medidas concretas como la prohibición del uso de TikTok en dispositivos gubernamentales y restricciones a proveedores chinos de 5G.

El entusiasmo por la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) también se ha disipado notoriamente. Italia, Estonia, Lituania y Rumania se retiraron formalmente o dejaron que sus acuerdos expiren, mientras que otros como Polonia y Eslovenia los mantienen sin actividad sustantiva. La retirada italiana marcó un punto de inflexión: Roma logró reducir su exposición a China sin provocar represalias diplomáticas graves, gracias a una gestión diplomática cuidadosa. Esta tendencia ilustra cómo Europa está redefiniendo los límites de su relación con China, priorizando la autonomía y la protección sobre los beneficios económicos inciertos.
Seguridad económica y 5G en el centro del debate
Uno de los pilares de la nueva estrategia europea es el refuerzo de la seguridad económica. Francia lidera la promoción del “de-risking” con políticas más estrictas de control de inversiones extranjeras y revisión de exportaciones de tecnología de doble uso. En paralelo, países como Rumania, Suecia, Lituania y Reino Unido han prohibido o están eliminando progresivamente componentes chinos de sus redes 5G. Alemania, pese a su inicial ambivalencia, también ha comenzado a limitar la participación de proveedores como Huawei. Sin embargo, la implementación de estas medidas varía ampliamente entre países, y no todos muestran el mismo nivel de compromiso o urgencia.

A pesar del endurecimiento, la UE mantiene un enfoque que evita la ruptura total. China sigue siendo un actor indispensable en múltiples áreas, desde la transición energética hasta el cambio climático. Europa busca proteger sus sectores estratégicos sin renunciar al acceso a los mercados y las cadenas de suministro chinas. Esta estrategia dual (proteger sin aislarse) implica caminar una delgada línea, especialmente cuando la presión de EE.UU. empuja hacia una postura más agresiva. En este contexto, la autonomía estratégica europea deberá demostrar si puede sostenerse sin sacrificar ni su competitividad ni sus principios.
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