La economía argentina recibe hoy un gran ingreso de dólares, aunque no suficiente para la demanda de nuestra economía. El campo aporta cerca de USD 31.6 mil millones en 2025, y Vaca Muerta está generando exportaciones energéticas récord (USD 9.677 millones en 2024, proyectados a 10.700 millones en 2025). En este escenario, el dólar oficial se ha mantenido “barato” y estable (bajo un esquema de bandas con ajuste mensual), lo que ha fortalecido el peso real sin un aumento significativo de la productividad general de la Argentina. Esto abre la discusión: ¿estamos sufriendo la famosa “enfermedad holandesa” o podemos evitar sus efectos?

En otras palabras, Argentina sigue exportando, pero sus importaciones de viajes, pagos de deuda e inversiones (financiadas en parte por crédito externo) superan esos ingresos.
¿Qué es la enfermedad holandesa?
La «enfermedad holandesa» es un fenómeno económico que ocurre cuando un boom exportador (normalmente de recursos naturales: petróleo, gas, minerales o commodities) atrae capital y mano de obra, apreciando la moneda local y encareciendo el resto de los bienes exportables.
Como explica el economista Gabriel Caamaño: surge “un sector hiperproductivo, al que se le reasignan recursos que antes iban a otros; se reduce la oferta de exportables y sos más vulnerable a shocks externos”. En otras palabras, cuando el país solamente recibe divisas gracias a la exportación de una o varias commodities, los demás sectores (otros cultivos, servicios exportables) pierden competitividad que, si no se producen buenas campañas del agro (debido a una sequía o inundación), sumado a un aumento de derechos de exportación y una caída de los precios internacionales, el país entrará recurrentemente en crisis de balanza de pagos.

En este sentido, la enfermedad holandesa no es una enfermedad literal, sino un riesgo económico que puede combinar riqueza con vulnerabilidad. Como señalan los especialistas, todo depende de las instituciones y las políticas que se adopten.
Por ejemplo, Noruega aprovechó su auge petrolero sin “enfermedad”: volcó las ganancias a un fondo soberano e invirtió en empresas globales, conservando su industria básica. En cambio, países con instituciones débiles han visto cómo el boom les pasó factura. En Argentina, el debate está abierto: algunos analistas sostienen que la actual apreciación real del peso puede dar síntomas de este fenómeno, pero, como dice la consultora 1816: “no hay que verlo como algo malo: será, en todo caso, cuestión de administrar la abundancia”.
La enfermedad holandesa en Argentina
Argentina no ha vivido aún un colapso tipo “maldición de los recursos”, pero sí enfrenta señales de concentración exportadora, donde el campo y la energía empujan fuerte las ventas externas. Pero esa abundancia externa coexiste con un déficit que crece: en los primeros tres meses de 2025, la cuenta corriente fue –USD 5.191 millones (vs superávit de USD 176 millones en igual período de 2024). Ese resultado refleja, de un lado, el mayor superávit comercial en bienes (USD 2.060 millones) y, del otro, un alza récord de egresos por servicios y viajes (déficit USD 4.502 millones).

Estas cifras muestran que, si bien Vaca Muerta y el agro inyectan dólares, también estamos recibiendo un flujo importante de salidas, lo cual no es negativo per se, pero debe ser sostenible para no caer en ningún otro prestamista de última instancia, haciendo que algunos economistas adviertan que esta dinámica puede ser inestable si no se acompaña de cambios internos que diversifiquen la canasta exportadora para así quitarle presión al sector agropecuario e hidrocarburifero de constantemente “rescatar” a los balances del Banco Central.
Gabriel Caamaño señala que en Argentina la apreciación del peso ocurrió antes de completar reformas pendientes: “Si no se avanza con flexibilidad laboral y tributaria, el tipo de cambio barato se convirtirá en un problema; donde podés tener traspiés políticos o que los precios externos dejen de ayudar”. Es decir, la bonanza de hoy no asegura mantenerla mañana sin reformas que impulsen la productividad de otros sectores.

Como señala Gustavo Bresser Pereira, la llamada “enfermedad holandesa” puede ser incluso benigna o beneficiosa si las divisas se usan para innovar e industrializar: “un país rico en recursos puede exportar algunos recursos a la vez que su manufactura usa intensivamente esos mismos recursos”. Ejemplos europeos (Suecia, Finlandia) muestran que sectores de materias primas pueden convivir con industria tecnológica avanzada, aprovechando conocimientos y capital importado, no sustituyendo importaciones o prohibiendo exportaciones.
Chile exporta aproximadamente $100.000 millones de dólares por año, un 30% más que la Argentina, teniendo a un sector ultracompetitivo (el cobre) que aporta el 50% de las divisas que ingresan al país andino, en combinación con una fuerte industria alimenticia, del litio, pesquera y de servicios, que complementan al total. Hoy en Argentina casi el 70% de nuestros ingresos provienen de la exportación agropecuaria, dándole año tras año la responsabilidad de mantener andando una economía poco competitiva, atrasada y con altos niveles de informalidad, siendo esto insostenible e innecesario en un país con muchas otras áreas exportables para explotar.
¿Podemos esquivarla?
Argentina vive hoy una oportunidad histórica: por primera vez en décadas, su sector energético “ordeña la vaca” del mercado internacional, mientras el agro sigue pujante. Estas divisas facilitan políticas económicas menos restrictivas (menores subsidios, equilibrio fiscal) y pueden financiar desarrollo, mientras no se utilicen para políticas populistas electoralistas y clientelares que tanto han dañado a nuestra economía.
Argentina puede (y debe) ser una potencia hidrocarburífera y agropecuaria, pero también puede serlo de aquellos sectores exportables y competitivos que todavía se encuentran restringidos para la Inversión Extranjera Directa, a pesar de la existencia del RIGI, para así reducir su vulnerabilidad a los shocks externos.

Una buena campaña del agro con precios internacionales favorables puede “salvarle las papas” a los gobiernos de turno, pero esperar a que aparezcan estos “milagros” cuando no se realizan verdaderas reformas que profundicen la competitividad argentina y logren sacarla de la crisis recurrente de escasez de divisas, agravaría seriamente cualquier proceso de convertirnos en el país más económicamente poderoso de la región.
Que conste que la enfermedad holandesa no está escrita en piedra, tampoco basta con preguntarse si la tenemos, sino cómo la gestionamos.
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