En una operación sin precedentes que combinó tecnología de sigilo, bombas antibúnker y maniobras de engaño estratégico, Estados Unidos lanzó el 22 de junio un ataque aéreo sobre tres instalaciones nucleares clave en Irán: Fordow, Natanz e Isfahan. Denominada Operación Midnight Hammer, la misión fue concebida para asestar un golpe devastador al programa nuclear iraní sin desencadenar una guerra abierta. Según reportó la agencia AP y confirmaron imágenes satelitales analizadas por Reuters y Maxar Technologies, el ataque implicó el despliegue de siete bombarderos furtivos B-2 Spirit, que arrojaron 14 bombas GBU-57 Massive Ordnance Penetrator (MOP), cada una de 13.600 kg, diseñadas para perforar hasta 60 metros de tierra y hormigón antes de detonar.

Los preparativos del ataque
El operativo fue cuidadosamente coreografiado para mantener el factor sorpresa. El presidente Donald Trump había anunciado pocos días antes que evaluaría “en dos semanas” si intervenir militarmente contra Irán, una declaración pensada para desviar la atención. Mientras tanto, un grupo de B-2 volaba hacia el Pacífico como señuelo, mientras los verdaderos bombarderos se dirigían en silencio hacia el este, evitando toda comunicación innecesaria.

Tras 18 horas de vuelo y múltiples reabastecimientos en el aire, los bombarderos cruzaron el Mediterráneo escoltados por cazas furtivos y aeronaves de reconocimiento. Simultáneamente, un submarino estadounidense en la región lanzó más de dos docenas de misiles Tomahawk, apuntando a Isfahan.
Los blancos: Fordow, Natanz e Isfahan
El objetivo principal fue la planta de enriquecimiento de Fordow, ubicada en una montaña cerca de Qom. Las bombas MOP impactaron en dos oleadas sobre el complejo, dejando seis cráteres visibles en la cresta rocosa. Si bien Irán negó daños significativos, expertos como David Albright, del Institute for Science and International Security, aseguraron que “probablemente la instalación fue destruida”.
El segundo objetivo fue Natanz, otra planta de enriquecimiento subterránea. Allí también se utilizaron MOPs, provocando severos daños según fuentes satelitales. El tercer blanco fue Isfahan, donde los Tomahawk impactaron en el centro de investigación nuclear, en un área donde Irán planeaba instalar entre 2.000 y 3.000 nuevas centrifugadoras.

¿Un retroceso irreversible?
A pesar del aparente éxito operativo, diversos expertos advierten que el golpe podría no ser definitivo. Imágenes satelitales mostraron “actividad inusual” en Fordow en los días previos al ataque: filas de vehículos sugieren que parte del uranio enriquecido al 60% fue trasladado a ubicaciones desconocidas.
Jeffrey Lewis, del Middlebury Institute of International Studies, advirtió que Irán podría acelerar su programa de forma clandestina. “Es posible que haya instalaciones de las que ni EE.UU. ni Israel tienen conocimiento”, afirmó. En la misma línea, el senador Mark Kelly expresó preocupación por un eventual traslado del programa “fuera del radar”.
Alcance operativo y repercusiones
La misión incluyó aeronaves —entre bombarderos, cazas y tanqueros— y se convirtió en la mayor operación de B-2 en la historia militar estadounidense, según declaró el general Dan Caine, jefe del Estado Mayor Conjunto.
Desde el Pentágono, el secretario de Defensa Pete Hegseth aseguró que el ataque “no busca iniciar una guerra prolongada”, pero advirtió que habrá más represalias si Irán no accede a un acuerdo de paz. Trump fue aún más tajante: “Recuerden, quedan muchos blancos por destruir”.
Por ahora, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) no ha detectado radiación fuera de los complejos, aunque advirtió que Irán amenaza con retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear. De concretarse, la comunidad internacional perdería su principal mecanismo de inspección sobre el desarrollo atómico iraní.
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