El reclamo argentino por la soberanía de las Islas Malvinas atraviesa una semana decisiva en el plano internacional. El Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas (C-24) abre su período de sesiones sustantivo en Nueva York, y con él, se renueva el debate en torno a los territorios no autónomos, entre los que se encuentra el caso de las Islas Malvinas. Sin embargo, el contexto político actual introduce una complejidad inédita: por primera vez desde 1983, el gobierno argentino llega a esta instancia con señales discursivas contradictorias sobre los pilares históricos de su posición diplomática.
Las bases tradicionales del reclamo argentino
Desde 1983, todos los gobiernos argentinos han defendido tres principios fundamentales en torno al diferendo con el Reino Unido:
- La solución pacífica del conflicto,
- El respeto al principio de integridad territorial, y
- La no aplicabilidad del principio de autodeterminación al caso Malvinas.
Estas premisas se sustentan en múltiples resoluciones de la ONU que reconocen la existencia de una disputa de soberanía y exhortan a las partes a reanudar las negociaciones bilaterales. Bajo esta lógica, la población de las islas es considerada una comunidad implantada por una potencia ocupante, y por lo tanto, el principio de autodeterminación —válido en contextos de descolonización— no es aplicable en este caso.

No obstante, este marco conceptual ha sido puesto en duda recientemente por el propio presidente Javier Milei, generando una disrupción discursiva que amenaza con debilitar la posición histórica de Argentina.
Milei y un giro discursivo con implicancias internacionales
El 2 de abril pasado, en el acto oficial por el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, el presidente Milei sorprendió al sugerir que los habitantes actuales de las islas podrían algún día “votar con los pies” para ser argentinos. La frase, que en apariencia promueve una integración voluntaria basada en la atracción económica, fue interpretada por múltiples sectores como una validación indirecta del principio de autodeterminación —una línea roja para la diplomacia argentina desde hace décadas.
“No hace falta usar la disuasión o el convencimiento, buscamos ser una potencia tal que ellos prefieran ser argentinos”, afirmó el mandatario. Aunque ratificó su “reclamo inclaudicable” por la soberanía, evitó condenar la ocupación británica y omitió toda exigencia concreta de devolución, adoptando un tono marcadamente economicista.
Estas declaraciones generaron una fuerte preocupación en ámbitos diplomáticos y académicos, que advierten sobre la posibilidad de que el Reino Unido utilice esta aparente concesión como argumento en foros internacionales para reforzar su control sobre las islas. La validación simbólica al referirse a los isleños como “malvinenses” también fue leída como una cesión conceptual que valida la identidad separada promovida por Londres.

A este panorama se suma un giro notable en la actitud del gobierno argentino frente a las acciones unilaterales del Reino Unido en el Atlántico Sur. A diferencia de las administraciones anteriores desde el retorno a la democracia, la gestión de Javier Milei no ha emitido condenas públicas ante los ejercicios militares británicos en las Islas Malvinas ni frente a la continua explotación ilegal de recursos naturales en la zona, incluyendo la pesca y los recientes avances en proyectos de exploración petrolera. Por el contrario, distintas señales apuntan a una intención de “normalizar” la relación bilateral: funcionarios de alto rango del gobierno nacional han mantenido encuentros con autoridades británicas sin que se hiciera explícita ninguna objeción al estatus colonial del archipiélago. Esta actitud, interpretada por muchos sectores como un cambio de estrategia, marca un quiebre con la línea diplomática sostenida por todos los gobiernos argentinos democráticos, que siempre exigieron el cese de actos unilaterales y denunciaron internacionalmente la militarización británica del Atlántico Sur.
El C-24, un espacio clave que Argentina no puede descuidar
El Comité Especial de Descolonización (C-24) fue creado en 1961 como órgano subsidiario de la Asamblea General de la ONU para supervisar la aplicación de la Declaración sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales. Cada año, el C-24 examina la situación de los 17 territorios no autónomos reconocidos y presenta proyectos de resolución ante la Asamblea General.
El período de sesiones sustantivo de junio es el momento de mayor visibilidad y peso político. Durante dos semanas se reciben intervenciones de Estados miembros, administradores coloniales, representantes de los territorios y peticionarios. En este marco, Argentina ha utilizado históricamente este foro para reforzar su posición diplomática y reiterar su reclamo de soberanía.

Sin embargo, hasta el momento, la Cancillería argentina no ha informado oficialmente quién representará al país en la sesión 2025, lo que ha despertado preocupación entre analistas y exdiplomáticos. En años recientes, ha sido el propio ministro de Relaciones Exteriores quien encabezó la delegación argentina ante el Comité de Descolonización, reforzando el carácter prioritario de la cuestión Malvinas dentro de la agenda exterior nacional.
El Reino Unido redobla su estrategia con presencia isleña
Contrariamente a la indefinición argentina, el Reino Unido decidió este año reforzar su presencia. Los legisladores de la Asamblea Legislativa de las Islas Malvinas, Pete Biggs y Mark Pollard, asistirán personalmente a la sesión del C-24 y brindarán discursos en representación de la comunidad isleña.
Según anunciaron oficialmente, su objetivo es “reafirmar el derecho fundamental del pueblo de las Islas Malvinas a la autodeterminación” y “garantizar que la voz de los isleños sea escuchada y respetada”.
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