La arquitectura del sistema internacional atraviesa su transformación más profunda desde el fin de la Guerra Fría. Mientras Washington y Pekín consolidan su competencia estratégica, un grupo influyente de potencias medias ha decidido rechazar la lógica binaria de bloques para adoptar una estrategia de multi-alineamiento. Países como India, Arabia Saudita, Turquía o Brasil están reescribiendo las reglas de la diplomacia global, demostrando que en el siglo XXI la lealtad política ya no es exclusiva ni permanente, sino transaccional y basada estrictamente en el interés nacional.

Esta dinámica representa una ruptura con el pasado inmediato. Históricamente, los países que no se alineaban con las superpotencias buscaban refugio en la neutralidad o en el Movimiento de los No Alineados, caracterizado por una posición defensiva y a menudo pasiva ante los conflictos globales. Sin embargo, el fenómeno actual es activo y pragmático. Estos actores no buscan aislarse del conflicto entre potencias, sino utilizarlo como palanca para maximizar sus beneficios, negociando simultáneamente con Occidente y Oriente para obtener tecnología, energía, seguridad e inversiones sin comprometer su soberanía en el proceso.
La anatomía del Estado Pendular
El concepto central para entender esta nueva era es el de “Geopolitical Swing State” o estado pendular. Según la división de inteligencia global del gigante financiero Goldman Sachs, estos estados se caracterizan por tener la capacidad económica, demográfica o militar suficiente para inclinar la balanza en temas globales críticos, pero carecen de la voluntad para subordinarse a una sola esfera de influencia. Su poder no reside en su capacidad de proyección global, sino en su habilidad para decidir el éxito o fracaso de las iniciativas de las superpotencias.
Esta flexibilidad ha dado lugar al auge del “minilateralismo”, una práctica diplomática donde las alianzas ya no son grandes bloques fijos como la OTAN, sino coaliciones pequeñas y temporales formadas para objetivos específicos. Expertos del German Marshall Fund, una institución dedicada al análisis de políticas transatlánticas, explican que bajo esta lógica un país puede ser socio de Estados Unidos en defensa marítima, pero aliado de China en infraestructura digital y colaborador de Rusia en temas energéticos. Esta fragmentación permite a los estados pendulares compartimentar sus relaciones internacionales, evitando que un desacuerdo en un área afecte la cooperación en otra.
La India y la doctrina del interés propio
El ejemplo paradigmático de esta nueva era es la India. Bajo la administración de Narendra Modi, Nueva Delhi ha perfeccionado el arte de la diplomacia multi-vectorial. Por un lado, ha profundizado su cooperación de seguridad con Washington a través del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como Quad, una alianza estratégica junto a Japón y Australia diseñada para contener la expansión marítima de China en el Indo-Pacífico. Para Estados Unidos, India es el contrapeso indispensable en Asia, lo que le otorga a Nueva Delhi un margen de maniobra excepcional.
Simultáneamente, India mantiene a Moscú como su principal proveedor histórico de armamento y, más recientemente, de energía barata. A pesar de la presión occidental para aislar a Rusia, el canciller indio S. Jaishankar defendió explícitamente su postura con una frase que definió la doctrina de su país: “Europa tiene que salir de la mentalidad de que los problemas de Europa son los problemas del mundo”. Esta posición establece que el desarrollo económico nacional y la seguridad energética priman sobre las alianzas ideológicas, demostrando que un socio clave de Occidente puede, al mismo tiempo, sostener financieramente a su rival estratégico si eso beneficia a su población.
El giro estratégico del Golfo
Este enfoque se replica con fuerza en Oriente Medio, específicamente en el caso de Arabia Saudita. El reino ha transitado de ser un protectorado de seguridad estadounidense casi exclusivo a un actor con agenda propia que diversifica agresivamente sus socios. La revista especializada en análisis internacional Foreign Policy destaca cómo Riad ha separado su política energética de su alianza de seguridad con Washington. Esto se evidencia en su liderazgo dentro de la OPEP+, la organización que agrupa a los mayores exportadores de petróleo y sus aliados liderados por Rusia, donde coordina recortes de producción que a menudo contradicen los intereses de la Casa Blanca para mantener altos precios del crudo.

Más allá del petróleo, la diversificación saudí incluye una apertura sin precedente hacia Pekín. La mediación china en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán marcó un hito simbólico, señalando que Estados Unidos ya no es el único garante de la diplomacia crítica. Aun manteniendo las bases militares norteamericanas en su territorio, Riad demuestra que la competencia entre grandes potencias no es una amenaza para su seguridad, sino una oportunidad de mercado para obtener las mejores ofertas de ambos bandos.
El desafío para la estrategia de las superpotencias
Para Estados Unidos y China, el ascenso de los estados pendulares representa un desafío estratégico monumental que complica sus cálculos de poder. La capacidad de coerción de las superpotencias se ha reducido significativamente, obligándolas a competir constantemente por la cooperación de estos actores mediante incentivos positivos en lugar de amenazas. Estrategas del Carnegie Endowment for International Peace, un influyente centro de pensamiento con sede en Washington, sugieren que la Casa Blanca ya no puede dar por sentada la lealtad del llamado Sur Global basándose únicamente en valores democráticos compartidos o en el miedo a sanciones.
En este nuevo tablero, la estabilidad global depende menos de la disuasión nuclear entre dos gigantes y más de la capacidad de gestión de estas relaciones complejas y cambiantes. Si las potencias medias continúan consolidando su autonomía estratégica, el sistema internacional evolucionará inevitablemente hacia una multipolaridad desordenada. En este escenario, los grandes acuerdos globales sobre cambio climático, comercio o regulación tecnológica no se lograrán mediante el consenso de bloques unificados, sino a través de una negociación constante, fragmentada y transaccional con estos nuevos árbitros del poder.
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