En un giro con fuerte impacto geopolítico y tecnológico, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que llegó a un acuerdo con Xi Jinping para permitir que Nvidia exporte sus chips de inteligencia artificial H200 a clientes “aprobados” en China. El esquema incluye una tasa del 25% de las ventas a favor del propio Estado norteamericano.

La decisión revierte en parte el régimen de controles impuesto durante la administración de Joe Biden, que había bloqueado el envío de GPUs avanzadas al mercado chino por riesgos de uso militar y para la construcción de modelos de IA de última generación. El movimiento se presenta desde la Casa Blanca como una jugada “pragmática”, ya que Trump sostiene que la medida “apoya el empleo estadounidense, fortalece la manufactura nacional y beneficia al contribuyente”, y critica la política anterior por obligar a las empresas a diseñar versiones “degradadas” para China que “nadie quería” y que habrían frenado la innovación.
En la letra fina del acuerdo, el alivio se limita al H200, un chip lanzado en 2024 que, si bien es muy potente para entrenar modelos de IA, está aproximadamente 18 meses por detrás de la línea más avanzada de Nvidia. Los nuevos Blackwell y futuros Rubin quedan excluidos y seguirán reservados para clientes estadounidenses, al menos según lo anunciado.
Problemas y cuestionamientos
Para muchos, el problema es que, aunque el H200 ya no sea la punta absoluta de lanza, sigue estando muy por encima de lo que China puede producir en volumen hoy. Tal como explicó el académico Chris Miller, autor de Chip War, la ecuación de base es clara: Estados Unidos y sus aliados (Taiwán, Corea del Sur) concentran más del 90% de la capacidad mundial para fabricar chips de IA de alto rendimiento, mientras que China no llega al 5% y depende críticamente de las importaciones para entrenar sus modelos más avanzados.
En ese contexto, permitir el envío sigue siendo entregarle a Pekín un salto cualitativo respecto de lo que podría obtener aislado, aunque sea a cambio de una renta fiscal para Washington y de un alivio para gigantes como Nvidia, AMD o Intel, que presionaron con fuerza contra las restricciones. La paradoja quedó expuesta el mismo día del anuncio, cuando el Departamento de Justicia informó que había desarticulado una red de contrabando tecnológico que intentaba hacerse con estos mismos chips por fuera de los canales legales.

Por ello, mientras Justicia y sectores del Pentágono ven la IA como un campo de batalla donde hay que negarle insumos al rival, la Casa Blanca prioriza ingresos fiscales, alivio en la relación con Pekín y el argumento de que vender chips podría desalentar que China logre una autonomía plena en semiconductores. Pero las preocupaciones de seguridad nacional no son abstractas, considerando que las mismas GPUs que entrenan asistentes de lenguaje o sistemas comerciales alimentan también algoritmos militares para el reconocimiento automático de objetivos, la planificación de enjambres de drones, la guerra electrónica y o capacidades de inteligencia y vigilancia a gran escala.
Miller recuerda que ya se ven drones con IA en el frente ruso-ucraniano y agencias de inteligencia que dependen de estos sistemas para cribar datos masivos. La lógica de los halcones en Washington es sencilla: cuanto más cerca esté China de cerrar la brecha en chips y modelos de IA, más rápido podrá trasladar esa ventaja a su poder militar y a su capacidad de coerción tecnológica sobre terceros países. En el fondo, la discusión va más allá de Nvidia o de un solo modelo de GPU. Lo que está en juego es quién diseña las reglas del juego de la próxima era tecnológica.
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