La eventual caída del régimen de Nicolás Maduro tendría repercusiones inmediatas tanto en el sector político como en el energético en Estados Unidos. Aunque el foco inicial estaría puesto en la restauración de la democracia en Venezuela, la atención se dirigiría de inmediato a los desafíos logísticos que implicaría reconfigurar el suministro de crudo para el refinador estadounidense.

Durante más de una década, Estados Unidos celebró su consolidación como superpotencia energética. Sin embargo, actualmente el país enfrenta un exceso de crudo ligero, mientras que sus refinerías de la Costa del Golfo -construidas décadas atrás y optimizadas para procesar crudo pesado y ácido- carecen del insumo adecuado para operar con eficiencia máxima. Esta desalineación técnica supone una limitación clave en la cadena de valor energética estadounidense.
Es en ese contexto donde una Venezuela en transición democrática adquiere relevancia estratégica inmediata. Un cambio político que facilitara la normalización del comercio energético permitiría restablecer un flujo estable de crudo pesado, aliviando la escasez de este insumo crítico para el sistema refinador estadounidense. La cuestión, sin embargo, no sería únicamente geopolítica, ya que también implicaría un complejo reacomodamiento de infraestructura, transporte y capacidad operativa.
México, que durante largo tiempo fue el proveedor más estable de crudo, sufrió una caída pronunciada en su producción y redujo significativamente sus exportaciones para priorizar el abastecimiento de sus propias refinerías. Esto dejó a Estados Unidos en una situación delicada, dependiendo casi exclusivamente de Canadá. Aunque se trata de un aliado confiable, basar el suministro esencial de millones de barriles en una sola fuente limita el margen de maniobra y expone a la Costa del Golfo a posibles interrupciones.
Venezuela es una opción necesaria para Estados Unidos
En este contexto, Venezuela se presenta como la alternativa más adecuada para cubrir el espacio dejado por México y disminuir la dependencia respecto de Canadá. Incluso hoy, Chevron envía cantidades acotadas de petróleo venezolano a Estados Unidos bajo autorización especial. Restablecer un flujo estable, cercano y transparente desde el Caribe permitiría ofrecer a las refinerías estadounidenses una segunda fuente vital, reintroduciendo competencia en el mercado y reduciendo costos de producción de combustibles y derivados para los consumidores.

En definitiva, un lineamiento venezolano con Estados Unidos abriría la puerta a consolidar un mercado energético dentro de una “Fortaleza de las Américas”. La articulación entre la producción canadiense -principal proveedor de crudo pesado-, el liderazgo estadounidense en petróleo liviano y una Venezuela “recuperada” -titular de las mayores reservas de crudo pesado y extrapesado del planeta- permitiría al hemisferio occidental alcanzar un grado de autosuficiencia energética capaz de reducir su exposición a las fluctuaciones provenientes de Medio Oriente, África del Norte y Eurasia.
Durante los últimos diez años, el esfuerzo estadounidense se centró en aumentar la producción. Una Venezuela sin Maduro, desde la perspectiva estadounidense, no solo contribuiría a disminuir el costo de los combustibles, sino que también reincorporaría las mayores reservas petroleras de la región al sistema energético de Estados Unidos, transado en dólares.
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