Rusia intensifica sus ataques con drones y misiles contra la infraestructura energética crítica de Ucrania como parte de una campaña de “golpes en profundidad” que busca, según la inteligencia de Defensa del Reino Unido, congelar al país y empujarlo a una crisis humanitaria durante el invierno. De acuerdo con un informe difundido recientemente, Moscú lanzó solo en noviembre unas 5.400 aeronaves no tripuladas de ataque unidireccional contra objetivos de infraestructura, además de más de 90 misiles disparados desde aeronaves de largo alcance.

El documento sostiene que el objetivo inmediato es saturar las defensas antiaéreas ucranianas y, a mediano plazo, quebrar la resiliencia de la población cuando las temperaturas bajo cero se consoliden sobre el frente y la retaguardia. Según el análisis, Rusia viene manteniendo un ritmo de más de 5.000 drones kamikaze por mes durante al menos los últimos tres meses, combinando sistemas no tripulados baratos y masivos —muchos de ellos de tipo Shahed o equivalentes— con misiles de crucero y vectores lanzados desde su aviación estratégica.
Este esquema, que alterna períodos de menor actividad debido al clima o a consideraciones políticas con picos de lanzamientos cuando “las condiciones lo permiten”, busca imponer una presión constante sobre la red eléctrica y energética ucraniana. La lógica es obligar a Kiev a consumir misiles antiaéreos de mayor costo frente a enjambres de drones relativamente baratos y, al mismo tiempo, generar daños acumulativos sobre centrales térmicas, subestaciones y líneas de transmisión.
Intenciones conocidas
El patrón descrito por la inteligencia británica no es nuevo, pero sí se ha intensificado. Desde finales de 2022, Moscú ha utilizado repetidas oleadas de misiles y drones contra la red eléctrica ucraniana, en lo que organismos internacionales y expertos han calificado como un intento sistemático de “armar el invierno” y golpear objetivos civiles lejos de la línea del frente. Para mediados de 2024, evaluaciones de Naciones Unidas y análisis independientes estimaban que Ucrania había perdido alrededor de la mitad de su capacidad de generación eléctrica previa a la guerra, producto de los ataques a centrales térmicas, hidroeléctricas y nodos clave de transmisión.
La nueva campaña de finales de 2025 se inscribe en esa misma lógica, pero con un volumen de drones mayor. En términos humanitarios, el diagnóstico es preocupante. Reportajes recientes de RFE/RL y otros medios señalan que amplias zonas de Ucrania ya registran cortes de electricidad programados y caídas en el suministro de calefacción, mientras las familias se preparan para otro invierno con generadores, estufas alternativas y reservas de agua y alimentos.

El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) ha descrito estos ataques contra la infraestructura energética como parte de una estrategia más amplia destinada a “congelar al país” y forzar tanto a la sociedad ucraniana como a las capitales occidentales a aceptar concesiones políticas favorables a Moscú. La evaluación británica divulgada encaja con esa lectura: los analistas apuntan a una campaña deliberada, sostenida y planificada con meses de anticipación para explotar la vulnerabilidad estacional de la población ucraniana.
Desde la perspectiva militar, la dependencia creciente de Rusia de grandes cantidades de UAS de ataque, combinados con misiles de mayor alcance, confirma un enfoque de guerra de desgaste. Para el Reino Unido, el Kremlin está dispuesto a pagar un precio muy alto en términos de bajas propias a cambio de avances incrementales y de la capacidad de seguir golpeando la retaguardia ucraniana. Estimaciones británicas recientes sitúan en varios cientos de miles las bajas rusas (muertos y heridos) acumuladas solo en 2025, lo que ilustra el carácter extremadamente atricional del conflicto.
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