- Una posible intervención militar convencional de Estados Unidos cuestiona en Venezuela qué tan preparado está el país.
- Las Fuerzas Armadas de Venezuela muestran un deterioro importante en salarios, equipamiento y moral, por lo que el Gobierno de Nicolás Maduro apuesta principalmente a una estrategia de defensa asimétrica.
- No existe evidencia pública verificable sobre la efectividad real de ese plan defensivo, mientras que la combinación de crisis institucional, falta de apoyo internacional y presión militar de Estados Unidos eleva la vulnerabilidad de Venezuela. Te lo contamos en Escenario Mundial.
Con las recientes advertencias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump -que declaró que el espacio aéreo sobre y alrededor de Venezuela debe considerarse cerrado en su totalidad-, y en medio de operaciones marítimas estadounidenses que habrían dejado más de 80 muertos al atacar presuntas lanchas narco, crece la incertidumbre sobre la capacidad defensiva de Venezuela. La pregunta clave es, en caso de una intervención directa, ¿qué tan preparada está Caracas para responder o resistir?

En este sentido, fuentes consultadas por Reuters describen a las Fuerzas Armadas venezolanas como una institución fuertemente desgastada, en la que los soldados rasos ganan apenas unos cien dólares mensuales (un salario muy inferior al necesario para mantener una vida digna según estándares locales). Esa realidad, sumada a la falta de entrenamiento reciente y al deterioro o antigüedad del equipamiento -aviones de combate, helicópteros, tanques y misiles portátiles de origen ruso- debilita su capacidad para una respuesta convencional. Además, se reportan deserciones en varias unidades, una situación que podría agravarse ante un conflicto real con Estados Unidos.
Debilidades desde Venezuela y posibles planes
Frente a esa debilidad estructural, algunos altos mandos venezolanos habrían diseñado una estrategia defensiva basada en guerra irregular: movilización de milicias, simpatizantes armados del partido gobernante, inteligencia local y tácticas de sabotaje distribuidas en múltiples puntos del territorio. Se habla de la dispersión de unidades, uso de misiles portátiles antiaéreos -como los Igla-, y de llevar la resistencia incluso a zonas urbanas, con operaciones de guerrilla y desorden interno. Este plan presume un escenario de “resistencia prolongada” ante un ataque, en lugar de una defensa tradicional.
No obstante, hasta ahora no existe evidencia pública confiable que confirme la existencia real de un plan completamente articulado, ni datos recientes que permitan verificar el estado operativo del armamento o la moral de las fuerzas. Muchas de las acusaciones y advertencias provienen de fuentes anónimas o de documentos no oficiales, lo que torna incierta su veracidad. En dicho contexto, la capacidad defensiva de Venezuela depende de variables difíciles de controlar: cohesión interna, logística, apoyo popular, posibilidad de sanciones internacionales, y decisiones políticas de terceros actores.
El gobierno venezolano, por su parte, denunció que los ataques navales estadounidenses, las sanciones y las amenazas aéreas perpetradas por Trump representan un intento de desestabilización y un posible cambio de régimen con el objetivo de controlar sus vastas reservas petroleras. Esa narrativa se complementa con la lógica de la defensa asimétrica, que busca transformar la desventaja militar convencional en una guerra de desgaste que podría complicar cualquier esfuerzo de intervención.
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