- El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca reactivó una política de creciente presión sobre América Latina, combinando herramientas diplomáticas, económicas y militares que reconfiguraron el mapa regional y profundizaron las asimetrías históricas con Estados Unidos.
- La respuesta latinoamericana fue heterogénea y fragmentada: algunos gobiernos se alinearon abiertamente con Washington, otros optaron por la confrontación pública, mientras que varios eligieron estrategias de discreción o supervivencia para evitar costos políticos y económicos.
- La falta de coordinación regional dejó expuestas las vulnerabilidades de cada país y, una vez más, la incapacidad para coordinar una postura común. Esto debilitó mecanismos de integración y reforzó la lógica bilateral con Estados Unidos, que hoy determina en gran medida el margen de maniobra de los gobiernos latinoamericanos.
Desde que Trump volvió a la Casa Blanca, América Latina se vio atravesada por una renovada ofensiva diplomática, económica y de seguridad de Estados Unidos. El resultado fue un mapa fragmentado: algunos gobiernos se alinearon totalmente con Washington, otros respondieron con denuncias públicas, unos optaron por la discreción y varios eligieron la estrategia de la supervivencia, intentando no provocar al norte.

Para muchos países de la región, esa asimetría estructural con Estados Unidos sigue siendo el punto de partida. Como advierte el analista argentino Alejandro Frenkel, “cada país latinoamericano tiene una posición de asimetría con Estados Unidos. Esa es una posición de base”. Esa desigualdad -económica, militar, diplomática- condiciona las opciones: aceptar, resistir, negociar, aprovechar o esquivar.
En Argentina, la gestión de Javier Milei se situó con claridad en el bando de los que buscan beneficiarse directamente de la reapertura del vínculo con Washington. Con la necesidad urgente de reactivar una economía golpeada, Milei ofreció al capital y a la industria estadounidense un acceso preferencial al mercado argentino, lo que rápidamente se tradujo en decisiones de Estados Unidos: levantó restricciones a las importaciones de carne vacuna, gesto que vino acompañado de promesas de respaldo económico. Ese tipo de acercamiento -planteado como pragmático y oportunista- refleja la estrategia de quienes buscan montar su reactivación interna sobre la mano de EE. UU.
Casos similares se repiten en otros países. En El Salvador, bajo el liderazgo de Nayib Bukele, el gobierno aceptó migrantes expulsados por Washington, lo que le permitió negociar concesiones importantes como un indulto temporal que habilita a decenas de miles de salvadoreños a vivir y trabajar en Estados Unidos, enviando remesas vitales para su país. Entre los que también optaron por la cooperación figura Daniel Noboa en Ecuador, quien no solo aceptó recibir deportados, sino que elogió públicamente el despliegue militar estadounidense contra el narcotráfico en el Caribe y el Pacífico, obteniendo a cambio un respaldo mayor para su propia lucha contra pandillas.
Otros países, como Brasil, pudieron resistir a la presión de Trump
Pero no todos optaron por rendirse ante la presión de Washington. En Colombia, el presidente Gustavo Petro reaccionó calificando a Trump de “grosero e ignorante” y denunciando lo que considera ejecuciones extrajudiciales tras bombardeos a supuestos barcos de narcotraficantes. Esa posición de confrontación se enmarca en una estrategia de afirmación de soberanía y rechazo al intervencionismo extranjero.
En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva -aunque más pragmático que Petro- también expresó su desaprobación ante aranceles punitivos impuestos por Estados Unidos a ciertos productos brasileños, denunciando una intromisión en los asuntos comerciales del país. A diferencia de décadas atrás, Brasil ya no depende exclusivamente del comercio con EE. UU., lo que le da margen para resistir económicamente.

Entre los gobiernos que prefirieron evitar el estilo confrontativo, sobresale el de Claudia Sheinbaum en México. El país mantiene una fuerte dependencia comercial de Estados Unidos -más del 80 % de sus exportaciones se dirigen al norte-. Por eso, en lugar de declaraciones incendiarias, optó por la llamada “diplomacia silenciosa”: cooperación discreta en materia de seguridad, narcotráfico y migración, intercambio de inteligencia y acciones conjuntas, manteniendo a la vez insistencia en el respeto a la soberanía nacional.
El resultado de este mosaico de posturas es una región profundamente dividida, sin una respuesta colectiva real. Las estructuras de integración regional -que en otro momento pudieron servir de contrapeso frente a intervenciones externas- hoy parecen debilitadas o ausentes. Esa dispersión refuerza la lógica de dependencia de cada país con Washington, dejando en claro que, ante el retorno del intervencionismo estadounidense, América Latina no actúa como bloque, sino como un conjunto de piezas individuales.
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