Mientras la mayoría de las capitales europeas intenta reducir su dependencia del gas y el petróleo rusos, la OTAN observa de cerca cómo Hungría va en dirección contraria: profundiza vínculos con Moscú con la cobertura de un discurso de “diplomacia de paz” y de autonomía frente a Bruselas. Y es que el viaje de Viktor Orbán a Moscú en 2025 no es una foto más con Vladimir Putin ni un gesto meramente simbólico, sino una jugada calculada para asegurar energía barata antes de las elecciones de 2026, aprovechar una ventana jurídica abierta por una exención de sanciones de Estados Unidos y reposicionar a Hungría como “puente” europeo hacia Rusia en plena guerra de Ucrania.

Formalmente, el objetivo central del viaje de Orbán es asegurar “petróleo y gas rusos baratos” para el invierno y el próximo año. Hungría es uno de los pocos miembros de la UE que sigue importando volúmenes significativos de combustibles fósiles rusos, y acaba de obtener de Washington una exención de un año a las sanciones energéticas. Para muchos analistas, Orbán intenta usar este margen antes de que cambien las condiciones: mayor demanda invernal, posible endurecimiento de sanciones o nuevas turbulencias en los precios internacionales.
En paralelo, Hungría se acerca a las elecciones parlamentarias de abril de 2026, con la inflación, el costo de la energía y el malestar económico como factores clave. Mostrar que garantiza energía barata gracias a acuerdos directos con Rusia le permite al Gobierno proyectar estabilidad y reforzar su narrativa de “Hungría primero”, desafiando las decisiones de Bruselas.
Orbán, entre Washington y Moscú
El viaje a Moscú llega poco después de una reunión de Orbán con Donald Trump en Washington, donde se discutieron, entre otros temas, el futuro de la guerra en Ucrania, la posibilidad de un deshielo parcial con Rusia y la cooperación energética. Para el primer ministro húngaro, esa triangulación es funcional, ya que se presenta como interlocutor de confianza tanto en la Casa Blanca como en el Kremlin, y se vende a sí mismo en Europa como un posible mediador en un eventual proceso de paz.

Desde la óptica de Budapest, el acercamiento hacia Rusia tiene varios objetivos, como darle margen a Orbán para presionar a sus socios occidentales. Así también, le ayuda a:
- Blindar el suministro energético en condiciones ventajosas, para contener el malestar social de cara a 2026.
- Reforzar la narrativa de soberanía frente a Bruselas: Hungría decide su política energética sin someterse a lo que percibe como “dictados” de la UE.
- Aumentar su valor geopolítico como interlocutor entre Este y Oeste, aspirando a beneficios económicos (tránsito energético, inversiones, contratos de infraestructura) a cambio de esa posición.
Rusia tiene un análisis similar, ya que contar con un jefe de gobierno de la UE dispuesto a visitar Moscú y cerrar acuerdos estratégicos es un activo político de primer orden. De esta forma, Putin muestra que no está aislado, ya que incluso dentro de la UE hay socios dispuestos a negociar “negocios como siempre”. Asimismo, introduce de esta manera fisuras en la unidad occidental, específicamente en la OTAN, y consolida un cliente energético leal.
Riesgos para la Occidente: cohesión bajo presión
Ese entrelazamiento trae riesgos considerables para la arquitectura de seguridad euroatlántica. Por ejemplo, la dependencia como herramienta de presión, ya que, a mayor peso del gas y el petróleo ruso en la matriz húngara, más capacidad tiene Moscú de usar cortes o subas de precios como instrumento de coerción política. Por otro lado, es una herramienta que juega en contra de Occidente, ya que si Hungría puede profundizar vínculos con Rusia sin consecuencias significativas, otros gobiernos en Europa Central o Balcanes podrían verse tentados a seguir la misma línea.
Desde Washington, el movimiento húngaro plantea una serie de problemas estratégicos y políticos. En el plano estratégico, la exención de sanciones concedida a Hungría puede ser leída como un error de cálculo, si Orbán la utiliza para profundizar su dependencia de Rusia. Además, el Kremlin gana un “puesto avanzado amistoso” dentro de la OTAN y la UE, capaz de diluir posiciones comunes en sanciones, apoyo a Ucrania o negociaciones sobre control de armas. En el plano político, la administración Trump se arriesga a pagar un costo en términos de imagen ya que Orbán es uno de los pocos líderes europeos abiertamente alineados con Trump, y el Congreso puede exigir explicaciones sobre la exención de sanciones y demandar mayor distancia con Budapest.
A esto se suma que el análisis de riesgos no se limita a la energía, ya que la visita abre interrogantes sobre el papel de Hungría como posible plataforma de operaciones de influencia rusa, especialmente con las elecciones de abril de 2026 en el horizonte. Si bien no hay indicios públicos de una operación masiva en marcha, el contexto genera desconfianza en Occidente.
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