Un estudio naval afirma que EE.UU. necesita un plan de guerra global para China y no un esquema limitado a Taiwán, advirtiendo que un conflicto no podría restringirse al estrecho ni al Pacífico occidental y requeriría planificación económica, energética y geoestratégica a escala eurasiática.

El análisis —publicado en Proceedings del U.S. Naval Institute por el oficial británico Joseph T. Reilly— sostiene que la principal falla de la planificación estadounidense es asumir que un choque con China se desarrollaría en un teatro regional acotado. Según el estudio, esta percepción reproduce esquemas similares al antiguo War Plan Orange: un escenario centrado en el avance naval hacia el Pacífico occidental sin contemplar la naturaleza global del poder económico chino ni la profundidad estratégica que Pekín construyó en Eurasia durante las últimas dos décadas.
El documento cuestiona la premisa de que un conflicto por Taiwán pueda mantenerse dentro del estrecho y sus alrededores. Señala que, si EE.UU. estructura su respuesta en esa escala, “perdería la guerra no por falta de tecnología, sino por adoptar el campo de batalla que China eligió”. La fuente remarca que cualquier contingencia real involucraría rutas energéticas, redes logísticas intercontinentales y vínculos económicos que hoy sostienen la resiliencia militar china más allá del teatro marítimo inmediato.
El estudio plantea una estrategia en tres capas: sostener, constreñir y avanzar. En la primera fase, propone reforzar la capacidad de Taiwán para mantener la defensa inicial sin demoras políticas ni restricciones de suministro, priorizando sistemas no tripulados, municiones baratas y defensa asimétrica para saturar el estrecho. Subraya que EE.UU. debe reservar sus propios misiles de largo alcance y transferir a Taipéi plataformas de bajo costo que incrementen el volumen defensivo en la primera línea.
La segunda fase, constreñir, se centra en el impacto de una guerra prolongada sobre los recursos críticos que sustentan el esfuerzo bélico chino. China importa cerca de tres cuartas partes del petróleo que utiliza, y aunque su economía diversificó fuentes energéticas y acumuló reservas, la continuidad del suministro sería determinante. Esto vuelve al sistema de líneas marítimas de comunicación un punto de vulnerabilidad relevante en un conflicto sostenido. No obstante, el informe advierte que cualquier intento de bloqueo debería operar lejos de las zonas donde China puede desplegar fuerzas, proxies y capacidades de denegación de acceso.

El estudio enfatiza que Pekín pasó años acumulando reservas estratégicas de energía y metales, desarrolló corredores terrestres alternativos —desde Pakistán hasta Asia Central— y profundizó su interdependencia con Rusia, cuyo suministro energético podría sostener a China incluso bajo presión marítima. Estas redes forman un andamiaje que reduce la eficacia de un bloqueo puramente naval y amplían el conflicto hacia regiones donde EE.UU. tradicionalmente no planifica operaciones convencionales.
La tercera fase, avanzar, exige que la estrategia estadounidense contemple operaciones más allá del Pacífico occidental. Según el documento, ningún esfuerzo de interdicción marítima será suficiente si persisten las rutas terrestres que conectan a China con recursos críticos a través de Eurasia. Esto implica, en su lectura, habilitar acciones indirectas, coordinar actores regionales, presionar nodos logísticos y segmentar redes energéticas y de transporte que hoy permiten a Pekín sostener un conflicto largo sin depender exclusivamente de sus SLOC.
El estudio también subraya que China acumula ventajas estructurales en su hinterland continental: oleoductos conectados con Siberia, acceso preferencial a gas y petróleo rusos, corredores multimodales de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y presencia económica en puertos y terminales clave a lo largo de Eurasia. Para el autor, estos vectores permitirían a China compensar un bloqueo marítimo y mantener la iniciativa estratégica mientras intenta forzar un escenario de desgaste para EE.UU. y sus aliados.
En este marco, el informe concluye que ninguna planificación centrada exclusivamente en Taiwán puede anticipar las variables de un conflicto moderno con China. Afirma que EE.UU. necesita recuperar una lógica de planificación global, comparable en alcance —aunque no en estructura— a los planes Rainbow previos a la Segunda Guerra Mundial, integrando teatro marítimo, corredores terrestres, dimensión energética y redes geoeconómicas que moldean la capacidad de resistencia china.
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