China acelera su expansión militar en el Indo-Pacífico y, con ella, crecen las dudas sobre cómo respondería la red de alianzas liderada por Estados Unidos ante un eventual conflicto por Taiwán. En ese escenario, dos actores “medianos” se vuelven centrales para cualquier cálculo de disuasión y defensa: Japón y Filipinas.
Más allá del eje Washington–Pekín, su ubicación geográfica, su infraestructura militar y su voluntad política de enfrentarse a la presión china los convierten en actores decisivos para mantener abiertas las rutas marítimas y de abastecimiento hacia la isla. Más aún, considerando que Taiwán es una isla con una ventaja y una vulnerabilidad obvias: es difícil de invadir, pero puede ser bloqueada.

El punto crítico, según el analista Philip Shetler-Jones, no es sólo cuántos barcos o misiles tiene China, sino quién garantiza que Taiwán pueda seguir recibiendo combustible, alimentos, armas y equipos en caso de crisis prolongada. En esa ecuación entrarían Japón y Filipinas, dado que ambos se ubican en la Primera Cadena de Islas que encierra el litoral chino y sus aguas territoriales se acercan mucho a las de Taiwán, lo que permitiría mantener corredores logísticos “pegados a la costa” jurídicamente protegidos. En paralelo, desde los dos países se pueden desplegar misiles antibuque, radares, drones y aeronaves que hagan más riesgoso –y caro– cualquier intento chino de bloqueo total.
El socio irremplazable de Washington en el Indo-Pacífico
“Si uno se pregunta qué aliado tiene el mayor potencial de valor agregado en una crisis por Taiwán, la respuesta es Filipinas. Y el actor absolutamente crítico es Japón. Sin Japón, la postura de EE. UU. en la región simplemente no funciona”, afirmó Shetler-Jones en un reciente análisis. Para el experto, Japón ya no es sólo el “gigante económico pacifista” de la posguerra, sino también un Estado crucial en la contención del Indo Pacífico y la disuasión de China.

En los últimos años, el analista advierte que Japón avanzó en tres planos que preocupan a Pekín pero que tranquilizan a Washington. En primer lugar, hubo un notorio aumento del gasto en defensa, que se encamina a superar el 2 % del PBI, lo que en una economía del tamaño japonés implica un salto cuantitativo enorme en capacidades militares. En segundo lugar, Japón realizó reformas estratégicas, como el debate sobre propulsión nuclear para submarinos, la creación de una agencia de inteligencia exterior y la consolidación de estructuras internas de seguridad. Por último, Japón tiene la base industrial, la electrónica y la experiencia naval para transformar rápidamente presupuesto en buques, misiles y sistemas de mando y control.
Para China, Japón es a la vez mercado clave y rival estratégico. Para Estados Unidos, es la “bisagra” de toda su arquitectura militar en Asia: la mayoría de las fuerzas estadounidenses proyectan poder desde territorio japonés. Si Tokio decide alinearse activamente en defensa de Taiwán –o al menos permitir el uso intensivo de bases y aguas territoriales– las chances de éxito de un bloqueo chino se reducen drásticamente.
El actor decisivo en el Estrecho
Partiendo de la base de que Japón es el pilar estructural de esta estrategia, Filipinas es la pieza móvil que más puede cambiar el tablero en el corto plazo. El país pasó de una política ambigua frente a China a una estrategia más nítida de acercamiento militar a Estados Unidos y otros socios como Japón y Australia.
Su valor no es sólo político: es geográfico. El archipiélago se extiende al sur de Taiwán y ofrece acceso a canales de suministro que pueden bordear las aguas filipinas hasta muy cerca de la zona económica taiwanesa, además de contar con islas y bases desde donde desplegar misiles antibuque, radares y fuerzas navales capaces de vigilar y desafiar movimientos chinos en el mar de China Meridional y el canal de Bashi.

En palabras de Shetler-Jones, la capacidad de “poner misiles, radares y hacer transitar buques por aguas filipinas” es clave para mantener abierta la conexión con Taiwán incluso bajo máxima presión china. Su profundidad estratégica para operaciones conjuntas con EE. UU., Japón y otros aliados en escenarios de “bloqueo” o “contra-bloqueo” lo hace sumamente necesario en este contexto regional ajetreado.
Entre lo real y lo hipotético
Una mayor integración operativa y doctrinaria para operar como “equipo” frente a un rival con más masa industrial es clave a la hora de pensar en la región. Sin embargo, persisten interrogantes sobre la capacidad material de Estados Unidos de sostener un esfuerzo prolongado –por ejemplo, su dificultad actual para producir suficientes submarinos para cubrir sus propias necesidades y además abastecer a Australia– y sobre cómo reaccionaría el sistema político estadounidense ante un conflicto abierto en el estrecho de Taiwán.
Al fin y al cabo, el problema de fondo sigue siendo el mismo: la abrumadora capacidad industrial china, que construye buques, misiles y sistemas espaciales a un ritmo que ningún otro país puede igualar en el corto plazo. Además, muestra una creciente audacia en el dominio espacial, ensayando capacidades para negar el uso del espacio a otros en un conflicto.
La realidad estratégica del Indo-Pacífico es mucho más compleja, porque la estabilidad –o la escalada– entre Estados Unidos y China terminará dependiendo de lo que hagan actores como Japón, Filipinas, Corea del Sur y Australia. Por ahora, Tokio y Manila se preparan para un escenario donde ya no alcanza con “esperar” que la disuasión funcione, aunque aún siga siendo hipotético.
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