La guerra entre Rusia y Ucrania no solo expuso limitaciones materiales: también reveló fallas profundas dentro del propio ejército ruso. Su estrategia militar está condicionada por una cultura de obediencia ciega, miedo al fracaso y reportes falsos que castigan la verdad. En esta guerra, Rusia no solo enfrenta a Ucrania: lucha contra su propio sistema. Con las negociaciones estancadas, las limitaciones internas del ejército ruso son una vulnerabilidad que los aliados podrían detectar y emplear en su beneficio para acelerar el fin de la guerra.
La obediencia por encima de la realidad
A lo largo del conflicto, la estructura militar rusa demostró una incapacidad sistémica para admitir errores, analizar fracasos y corregir el rumbo. Oficiales que reportan problemas son marginados, mientras quienes ocultan información y repiten lo que el mando quiere escuchar son premiados. Este círculo vicioso genera órdenes desconectadas del terreno y operaciones logísticamente imposibles, creando un ejército que prefiere “no saber” a corregir.

Las consecuencias son visibles: decisiones estratégicas rígidas, incapacidad para adaptarse con rapidez y una cadena de mando que opera en base a ilusiones. La falta de debate interno impide que las lecciones aprendidas se transformen en reformas, condenando al ejército ruso a repetir errores en un ciclo que se vuelve tan mortal como cualquier misil enemigo. En este contexto, la guerra se convierte no solo en un desafío externo para Moscú, sino también en una batalla interna contra su propia estructura militar y sus límites culturales.
Reconstituir fuerzas sin aprender
Cuando la guerra termine, el Kremlin aspirará a reconstruir un ejército capaz de enfrentarse a la OTAN. Sin embargo, lo hará sobre una base institucional dañada. Las promociones militares recientes favorecen a quienes evitaron problemas y mantuvieron un perfil bajo, no a quienes innovaron bajo presión. Esto significa que la próxima generación de comandantes rusos podría estar formada por oficiales que sobrevivieron gracias a su silencio, no a su mérito.
El desafío para Rusia no será solo recuperar blindados o tecnología, sino romper una cultura organizacional que castiga la honestidad. Sin transparencia interna ni espacio para el análisis realista, la estrategia militar rusa seguirá atrapada en su propia ficción, limitando su capacidad de cambiar y manteniendo viva la posibilidad de errores estratégicos, pero también de reacciones inesperadas y peligrosas. En última instancia, la capacidad del Kremlin para reconocer estas fallas internas será tan determinante como cualquier avance en el campo de batalla, definiendo si Rusia emerge de esta guerra fortalecida o atrapada en un ciclo autoimpuesto de improvisación y desgaste.
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Desde la unión soviética tienen el mismo problema, la información dada por los soldados se ve distorsionada a medida que escala en la jerarquía militar, ese problema se vio en la segunda guerra mundial, en Afganistán, Chechenia, entre otros más.
Siempre por el mismo miedo a las represalias, la información de distorsionaba para cumplir cuotas básicamente, los problemas se minimizan y los éxitos se exageran, ese siempre fue el talón de Aquiles de la doctrina rusa.