Con la guerra de 12 días aún fresca, Irán y Israel se preparan para un posible nuevo asalto mientras la disuasión se redefine y la ambigüedad nuclear gana terreno. El balance de junio expone tácticas de alto impacto (decapitación selectiva, sabotaje e involucramiento de EE.UU.), que no lograron un colapso interno iraní, pero sí consolidaron cohesión nacional, endurecieron posturas y elevaron el riesgo regional. La pregunta ya no es solo quién golpea primero, sino si la arquitectura de contención puede resistir otra ronda sin empujar a ambos a decisiones irreversibles.
Cohesión social, misiles y el retorno de la resiliencia iraní
El plan israelí combinó dos rutas hacia la victoria: quebrar a Irán desde dentro, mediante una campaña de decapitación, golpes a infraestructura crítica y una ofensiva psicológica para sembrar pánico y parálisis económica, y forzar la entrada directa y sostenida de Washington como palanca decisiva. Aunque la operación logró penetración de inteligencia sin precedentes, daños serios al programa nuclear y la primera campaña abierta de bombardeos estadounidenses sobre suelo iraní, la esperada fractura social no ocurrió. Por el contrario, la amenaza existencial activó una respuesta de solidaridad de base que, junto con contraataques balísticos precisos, trabó la maquinaria del blitz inicial.

Ese reacomodo deja tres lecciones. Primero, los supuestos sobre la conducta de las sociedades bajo fuego pueden ser estratégicamente fallidos: la población privilegió supervivencia nacional sobre agravios domésticos. Segundo, la escalada “controlada” para arrastrar a EE.UU. corre el riesgo de convertir éxitos tácticos en costos estratégicos si no asegura objetivos políticos terminales. Tercero, la narrativa interna iraní salió reforzada: la demostración de vulnerabilidad aérea y la eficacia disuasoria de los misiles alimentaron apoyo popular a modernizar defensas, flota y programa misilístico, ampliando el “reservorio de resiliencia” para una próxima ronda.
Ambigüedad nuclear y proliferación en cascada
Una reiciente pieza de investigación del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) explica cómo la opacidad israelí, la doctrina de disuasión y la trayectoria iraní (entre fatwas, avances técnicos y límites del TNP( configuran un equilibrio inestable donde la “solución racional” puede volverse la más irracional si ninguno cede. Ese entorno multiplica incentivos a señales duras, acorta ventanas de decisión y eleva la probabilidad de percepciones rígidas y errores de cálculo con consecuencias sistémicas.

La dimensión regional agrava el cuadro. La evolución del programa iraní y el bloqueo de verificación alimentan apetitos de autonomía en Arabia Saudita y dudas en Turquía, abriendo la puerta a proliferación en cascada y a una disuasión multinodo más frágil. Bajo esta lógica, cada “éxito” coercitivo que no cierre el expediente estratégico tiende a reforzar la búsqueda de umbral, o ambigüedad, por parte de Teherán, encareciendo futuros intentos de desarme por la fuerza y erosionando la eficacia de la disuasión clásica en un Oriente Medio cada vez más denso en capacidades y actores.
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