Venezuela entra en una fase de máxima tensión: Maduro afirmó que el país dispone de “más de 5.000” misiles Igla-S desplegados en puestos clave, en un mensaje de disuasión ante el refuerzo militar de Trump en el Caribe. La señal opuesta llega desde el lado estadounidense: presencia de Night Stalkers (160th SOAR), B-52 y F-35 en ejercicios y patrullas, en paralelo con operaciones contra narcolanchas. Mientras Caracas denuncia planes de “cambio de régimen” y Washington encuadra sus acciones en la seguridad nacional y el combate al narcotráfico, el riesgo percibido de incidentes, errores de cálculo o escaladas puntuales gana terreno en el corto plazo.
Misiles Igla-S y el relato de la defensa integral
El anuncio de Maduro sobre “más de 5.000” misiles Igla-S busca reforzar la idea de una defensa antiaérea distribuida “hasta en la última montaña” y con “miles de operadores” entrenados mediante simuladores. El encuadre retórico (“garantizar la paz, la estabilidad y la tranquilidad”) apunta a proyectar costos elevados para cualquier incursión hostil, vinculando la capilaridad territorial con la noción de “patria inexpugnable”. El contexto se remite a un despliegue ampliado de EE.UU. en el Caribe que Caracas califica de amenaza directa y un clima de alta sensibilidad regional.

En paralelo, Trump advirtió que, de llevar las operaciones antidrogas a tierra, informaría al Congreso por tratarse de seguridad nacional, pero sostuvo que contaría con autorización legal. Washington reportó el primer ataque en el Pacífico, y el octavo desde que intensificó su campaña, contra supuestas narcolanchas, Caracas lo rechaza como pretexto de “cambio de régimen”. La combinación de narrativa antiintervención y disuasión con misiles portátiles pretende elevar el umbral de riesgo para fuerzas externas y consolidar la cohesión interna alrededor del liderazgo de Maduro.
Night Stalkers en escena entre disuasión, coerción y negociación
La presencia de Night Stalkers (160th SOAR) cerca de Venezuela, junto a B-52 y F-35, forma parte de una mensajería militar cuidadosamente calibrada según analistas, diseñada por Trump para presionar a Maduro y forzar opciones: fractura dentro de las Fuerzas Armadas, una operación selectiva de “decapitación” del régimen o un acuerdo sustantivo que facilite transición política y acceso a recursos. Sus antecedentes en operaciones de alto riesgo (Neptune Spear, Just Cause, Urgent Fury) alimentan percepciones de capacidad para inserciones nocturnas de fuerzas especiales en entornos hostiles.

El tablero, sin embargo, es más complejo: voces críticas advierten sobre el riesgo de un “Mogadiscio caribeño” si se intentara una incursión en Caracas, donde la combinación de milicia, anillos de seguridad y misiles portátiles elevaría la vulnerabilidad de helicópteros. Aun así, el cálculo político de Trump, tras confirmar operaciones encubiertas, sugiere que la presión no cederá. Entre señales de coerción y canales de negociación, el factor Night Stalkers funciona como multiplicador de credibilidad, pero también como recordatorio de que una chispa operativa podría escalar más allá de lo previsto.
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