Irak confirmó que un contingente de Estados Unidos seguirá operando como asesores militares para coordinar con fuerzas desplegadas en Siria ante la amenaza del Estado Islámico, en un escenario regional reordenado por la transición política siria y la competencia entre potencias. Mientras Bagdad administra una reducción gradual del resto de posiciones, Damasco busca capitalizar la rivalidad Washington-Moscú para estabilizar el país, integrar a actores kurdos y encauzar una hoja de ruta política, movimientos que condicionan el calendario de seguridad y la permanencia táctica de asesores en bases clave.
Bases clave y reducción gradual
El primer ministro Mohammed Shia al-Sudani explicó que un grupo reducido de asesores militares y personal de apoyo de Estados Unidos permanecerá en Irak para coordinar con el dispositivo en Siria contra el Estado Islámico. La unidad, estimada entre 250 y 350 efectivos, opera desde Ain al-Asad, una posición próxima al aeropuerto de Bagdad, y desde al-Harir, en el norte. Su misión prioriza vigilancia, intercambio de información y enlace con la base de al-Tanf en territorio sirio. Aunque el plan original preveía retirada total de Ain al-Asad en septiembre, incidentes en Siria llevaron a recalibrar tiempos y umbrales de riesgo.

En paralelo, Bagdad avanza con reducciones graduales en otros emplazamientos y reafirma su línea de equilibrio externo (relación funcional con Washington y no confrontación con Teherán) para evitar que Irak sea campo de batalla por terceros. Al-Sudani sostiene que el Estado Islámico ya no representa una amenaza significativa dentro del país, pero que el vacío de seguridad en Siria tras los cambios de poder exige mantener capacidades de coordinación. El debate interno sobre el encuadre de las facciones armadas y su integración en estructuras estatales cruzará la campaña electoral próxima, con impacto directo en la arquitectura de seguridad.
Damasco maniobra entre potencias para estabilizar y reformar
En Siria, el presidente interino Ahmed al-Sharaa explora una doble vía: atraer compromisos de Estados Unidos, desde la contención del Estado Islámico hasta la mediación con Israel, y, a la vez, asegurar a Moscú continuidad acotada de sus intereses estratégicos. Su visita al Kremlin buscó recursos para reconstrucción y garantías sobre bases rusas, pero también presión indirecta para frenar ataques sobre infraestructura siria. En este marco, Washington intenta integrar a las SDF en el ejército sirio y transitar gradualmente la misión anti-ISIS hacia Damasco, un paso que, si prospera, reconfiguraría el despliegue y la necesidad de asesores militares en el eje Irak-Siria.

Las decisiones a niverl interno acompañan la jugada geopolítica: elecciones parlamentarias limitadas y el compromiso de redactar una nueva constitución funcionan como señales a la diáspora y a potenciales donantes, aunque persisten tensiones étnico-sectarias y críticas por la representatividad. Un entendimiento estable sobre el estatus kurdo (incluida la integración de la SDF) podría desactivar fricciones con Turquía y consolidar control estatal en el noreste. Si Damasco convierte esa agenda en hechos, Irak ganaría un vecino más predecible, Estados Unidos podría modular su huella, y la presión del Estado Islámico quedaría contenida, habilitando una reducción ordenada de asesores militares sin crear nuevos vacíos de seguridad.
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