El conflicto fronterizo entre Pakistán y el gobierno talibán de Afganistán volvió a escalar con decenas de muertos tras fuego cruzado, drones y bombardeos a objetivos en Kabul y Kandahar, antes de que ambos lados anunciaran un cese del fuego de 48 horas. La secuencia —iniciada con ataques sobre puestos en Kurram y el cruce Chaman–Spin Boldak— deja una fotografía de deterioro acelerado: destrucción de infraestructura fronteriza, evacuaciones civiles y un umbral de violencia que hace plausible una escalada no deseada.
Frontera porosa, gatillos múltiples
El eje Chaman–Spin Boldak sintetiza la vulnerabilidad estructural: rutas de contrabando, redes tribales transfronterizas, disputas sobre demarcación y presión del TTP (Tehrik-e-Taliban Pakistan). Islamabad acusa a Kabul de tolerar santuarios del TTP; el gobierno talibán lo niega y responde con fuego de saturación sobre puestos paquistaníes. El uso de morteros, drones y artillería confirma que la fricción ya excede los “incidentes” habituales y se instala una dinámica de represalia–contrarrepresalia de corto ciclo.

Para ambos, el costo político de “aflojar” es alto: Pakistán viene de una ola de atentados y necesita mostrar disuasión; el gobierno talibán busca proyectar fuerza interna y legitimidad frente a milicias rivales y clanes locales. El resultado es una ventana de decisión estrecha y un alto el fuego precario.
Capas de riesgo: de lo local a lo regional
El principal riesgo inmediato es la ampliación del teatro a nuevos sectores de frontera y la repetición de golpes de precisión contra mandos y depósitos. Un segundo nivel es la degradación humanitaria: desplazamientos, interrupción de mercados transfronterizos y cierres prolongados de cruces que desabastecen a comunidades enteras. Un tercer nivel —más estratégico— es la normalización del empleo de drones y munición de merodeo en dinámicas de baja visibilidad, lo que abarata la escalada y dificulta su contención.
Aunque el enfrentamiento sigue circunscripto a la frontera, su evolución tiene potencial para desbordar el eje bilateral. Irán, China y Estados Unidos observan con atención un conflicto que, de escalar, podría alterar los equilibrios de seguridad del sur y centro de Asia.

Teherán sigue de cerca los movimientos del gobierno talibán por sus implicancias en la frontera occidental afgana y en la dinámica del narcotráfico; China, por la estabilidad del corredor económico hacia Xinjiang y los proyectos de infraestructura vinculados a la Ruta de la Seda; mientras que Washington mantiene su preocupación por la actividad del TTP y los riesgos para sus socios regionales. Ninguna potencia busca una intervención directa, pero un episodio con víctimas civiles o transfronterizas podría activar respuestas diplomáticas y presiones de seguridad coordinadas, marcando un nuevo capítulo de la competencia geopolítica en Asia meridional.
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