Puerto Rico vuelve al centro de la estrategia de defensa de Estados Unidos en el Caribe, justo cuando China expande silenciosamente su huella de seguridad en América Latina. El reposicionamiento militar estadounidense (con puertos, aeródromos y nodos logísticos en la isla) convive con un entorno regional donde Pekín avanza con cooperación policial, vigilancia y acuerdos subnacionales que reconfiguran el equilibrio de poder.
Reapertura de capacidades y límites para sostener el ritmo
El despliegue reciente de Estados Unidos en el Caribe concentra más del 10% de sus activos navales en operación, con destructores, un crucero, un submarino nuclear, buques anfibios y plataformas de fuerzas especiales. En ese esquema, Puerto Rico se consolida como habilitador. El puerto de Ponce recibe unidades de superficie fuera de patrulla, aeronaves P-8A despegan de instalaciones de la Guardia Nacional en el aeropuerto Luis Muñoz Marín y se reactivó parte de Roosevelt Roads (Ceiba) para reforzar la estrategia de defensa.

Ese reacomodo, sin embargo, enfrenta fricciones logísticas: reabrir infraestructura, entrenar fuerzas para un teatro distinto y coordinar cadenas civiles limita la capacidad de sostener operaciones de alta intensidad. Aunque Estados Unidos puede ejecutar golpes de precisión contra redes de narcotráfico y apoyar misiones en el Caribe, un aumento de activos (por ejemplo, un portaaviones con su ala aérea) tensionaría el soporte en teatro. A la vez, escalas en puertos donde China tiene influencia portuaria elevan riesgos de inteligencia sobre patrones operativos, un factor que condiciona la postura y refuerza el valor de Puerto Rico como nodo seguro de la estrategia de defensa.
Competencia asimétrica y riesgos para la influencia estadounidense
Mientras Estados Unidos recompone su estrategia de defensa en el Caribe con Puerto Rico como centro logístico, China avanza en América Latina con su Global Security Initiative (GSI): un enfoque que prioriza fuerzas policiales y vigilancia, equipamiento visible y cooperación con provincias y municipios para sortear capitales nacionales. Pekín impulsa más de 35 proyectos de “ciudades seguras”, sistemas de reconocimiento facial y presencia de “estaciones policiales” en la región, con menor sensibilidad a cláusulas de derechos humanos.

La asimetría de modelos crea una presión estructural. Si Estados Unidos se concentra en el vector militar y descuida capacidades civiles-seguridad interior, China ocupará ese espacio con soluciones rápidas y tecnología de control. El riesgo estratégico es doble: erosiona la influencia estadounidense y, por proximidad geográfica, afecta el entorno operacional del Caribe que Puerto Rico sustenta. Para sostener ventajas, Washington necesitará integrar mejor sus instrumentos (defensa, justicia, INL, sector privado) y ofrecer paquetes ágiles y sostenidos, alineados con prioridades locales, sin abandonar valores democráticos; o exponerse a que China ocupe ese espacio vacío.
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