Un nuevo estudio sostiene que Washington debe secuenciar sus prioridades estratégicas para impedir una guerra simultánea con Rusia y China: tras los golpes que habrían degradado el programa nuclear iraní, la ventana de oportunidad sería concentrar presión diplomática, financiera e industrial sobre Moscú y acelerar la autonomía defensiva europea durante los próximos dos años, para luego pivotear con más recursos hacia el desafío chino sin agotar inventarios ni dispersar poder político-militar.
La lógica detrás del “secuenciar”
El paper en cuestión plantea que la guerra simultánea es un callejón sin salida y que la respuesta pasa por secuenciar amenazas: con Irán temporalmente contenido, el primer tramo debería apuntar a Rusia, el actor que ya abrió el frente en Ucrania y cuya capacidad militar puede degradarse con costos relativamente menores para Occidente. Esto supone combinar palancas diplomáticas y económicas (endurecer sanciones financieras y energéticas, cerrar resquicios del comercio petrolero, coordinar el uso de activos congelados) con apoyo sostenido a Kiev para impedir nuevas ganancias territoriales del Kremlin y encarecer su esfuerzo bélico.

En paralelo, Washington debería empujar una agenda de prioridades estratégicas orientada a que Europa asuma más carga de defensa: división de tareas, cooperación industrial con compras plurianuales y estandarización, y creación de reservas de munición. El objetivo es que, en un horizonte de 2–4 años, Europa sostenga la disuasión cotidiana frente a Moscú, liberando capacidad estadounidense para un pivot ordenado hacia el Indo-Pacífico y el desafío de China, evitando así el desgaste simultáneo en dos teatros y reforzando la credibilidad de la estrategia.
El talón de Aquiles del eje Rusia-China
La relación Rusia-China es estratégica pero asimétrica. Desde 2022, Moscú se volvió crecientemente dependiente de los insumos, máquinas y electrónica chinos (en algunos rubros clave, más del 30% de las importaciones rusas provienen de China) mientras que la exposición de Pekín a Rusia se mantiene baja y muy concentrada en energía (sobre todo petróleo). El comercio creció con fuerza tras la invasión a gran escala, con picos en maquinaria y equipos eléctricos, y el mercado automotor ruso absorbió el vacío que dejaron firmas europeas. Aun así, cuando los costos suben (de facto aranceles rusos a vehículos chinos en 2025, o incertidumbre sobre gasoductos como Power of Siberia 2), Pekín ajusta y prioriza su propio cálculo económico.

El vector dual-use (bienes de uso civil con potencial militar) revela la palanca decisiva: las exportaciones chinas de estos insumos a Rusia se dispararon tras 2022, con foco en computadoras y equipos para manufactura electrónica, pero cayeron de forma sostenida en 2024 después de sanciones secundarias de EE. UU. sobre bancos chinos. Ajustándolo al contexto actual, si Europa restringe selectivamente sus propias ventas a China en categorías donde Pekín depende del suministro europeo (radionavegación, óptica, maquinaria de precisión) y coordina sanciones secundarias y controles financieros, puede encarecer el apoyo chino y estrechar las arterias tecnológicas del complejo militar ruso sin pretender quebrar el eje político Moscú-Pekín.
Te puede interesar: Rusia apoyará a China para superar a Estados Unidos en capacidad nuclear, confirma Rosatom













