China intensificó en los últimos meses su discurso pacifista, presentando su ascenso como una oportunidad para la estabilidad global. En foros como el de Manila, Sídney y el Xiangshan en Pekín, diplomáticos y funcionarios chinos destacaron que la modernización militar del país es una herramienta para la paz. Sin embargo, en el Sudeste Asiático, región clave en la política de vecindad de Pekín, la recepción de ese mensaje es más ambivalente.

El sudeste asiático viene siendo históricamente un laboratorio de la diplomacia china. Desde la Conferencia de Bandung en 1955, donde Pekín impulsó los “Cinco Principios de Coexistencia Pacífica”, hasta la Iniciativa de la Ruta de la Seda Marítima en 2013, la región ha ocupado un rol central en la estrategia de Xi Jinping. Los acuerdos comerciales con la ASEAN y las inversiones de la Franja y la Ruta acercaron a varios gobiernos al proyecto chino, reforzando la percepción de que Pekín es un socio económico indispensable. Una encuesta del Instituto ISEAS-Yusof Ishak en 2025 mostró un aumento de la confianza regional en la capacidad de China para contribuir a la paz y la prosperidad.
No obstante, las disputas territoriales en el mar de China Meridional siguen minando la credibilidad de Pekín. Filipinas es el ejemplo más claro: las encuestas de Social Weather Stations lo ubican desde hace tres décadas como el socio menos confiable, percepción que se agravó en los últimos años. El caso filipino muestra cómo el nacionalismo en torno a la soberanía marítima eclipsa las promesas de cooperación económica. Aunque otros países de la ASEAN, como Malasia o Camboya, mantienen una relación menos conflictiva, persiste la cautela de aceptar beneficios económicos sin provocar represalias de Pekín.
Desafíos para China
En este sentido, la estrategia china de combinar promesas de prosperidad con demostraciones de fuerza suscitó un clima de prudencia entre sus vecinos. Analistas describen este enfoque como mostrar determinación contra un adversario vocal —como Filipinas— para inducir moderación en los demás. Este juego de poder se da además en un contexto de menor presencia estadounidense en la región. La política comercial proteccionista de Donald Trump debilitaron la confianza en Washington, reduciendo su rol como contrapeso geopolítico y otorgando a Pekín mayor espacio para presentarse como garante de la estabilidad.

El desafío para China es pasar de la retórica a los hechos. Iniciativas conjuntas de gestión pesquera o conservación ambiental, como las planteadas en el Banco de Scarborough, podrían convertirse en pruebas concretas de su compromiso con la paz regional. La cooperación en áreas sensibles —protección del medio marino, seguridad alimentaria y conservación— brindaría a Pekín una oportunidad de legitimar su discurso y demostrar que su ascenso no amenaza la soberanía de los estados de la ASEAN, sino que puede ser un motor de estabilidad compartida en el Indo-Pacífico.
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