Estados Unidos y Corea del Sur expresaron su voluntad de dialogar con Corea del Norte y encauzar una desnuclearización gradual de la península. Durante una reciente cumbre reciente entre EE. UU. y Corea del Sur, el presidente surcoreano Lee Jae-myung instó a Trump a desempeñar un rol activo en la paz regional, incluyendo mediar en una futura cumbre con Pyongyang.

Sin embargo, Corea del Norte rechazó explícitamente la propuesta de una desnuclearización gradual. Pyongyang sostiene que una condición esencial para cualquier negociación es que Estados Unidos reconozca su estatus como potencia nuclear. Tras los anuncios de Trump y Lee, Corea del Norte respondió elevando su perfil militar y mostrando avances en su tecnología de misiles de largo alcance. En septiembre de 2025, Kim se reunió con el presidente chino Xi Jinping, y al retornar inspeccionó el ensayo de un motor de combustible sólido para su misil Hwasong-20, lo que apunta a querer reforzar su influencia negociadora sobre EE. UU.
Históricamente, Corea del Norte presentó enfoques pragmáticos de reducción gradual de armamentos. En los años ochenta propuso planes escalonados de reducción militar y retirada de tropas estadounidenses, acompañados de control de armamentos y desarme mutuo. En ese entonces, proponía fases acordadas para reducir fuerzas de tierra, aire y mar. Estas propuestas demostraban la estrategia norcoreana de combinar concesiones unilaterales con demandas mayores: si EE. UU. no accedía, Pyongyang podía reclamar que la otra parte no era buena interlocutora.

En el presente escenario, Pyongyang apuesta a replicar esa fórmula. Si Trump acepta reconocer su estatus nuclear como parte del acuerdo, Corea del Norte podría volver a la mesa de negociación para discutir congelaciones selectivas de producción o restricciones limitadas a misiles intercontinentales. Pero esas demandas radicales podrían tensionar la alianza entre EE. UU. y Corea del Sur, además de minar la cooperación trilateral con Japón. Analistas advierten que ceder demasiado a Pyongyang podría erosionar la confianza de Seúl y Tokio en el compromiso estadounidense.
El dilema es estructural: EE. UU. debe equilibrar entre responder a las exigencias extremas de Corea del Norte y preservar sus alianzas en Asia del Este. Una estrategia viable podría combinar presión diplomática, mantenimiento de la disuasión extendida, coordinación estrecha con Corea del Sur y Japón, y concesiones limitadas que no comprometan la arquitectura de seguridad regional. De lo que ocurra en las próximas conversaciones dependerá si hay un nuevo pacto nuclear o un estancamiento que prolongue la amenaza latente.
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