El movimiento Hamas anunció que acepta discutir partes del plan propuesto por Donald Trump para poner fin a la guerra en Gaza, aunque evitó comprometerse en puntos clave como la desmilitarización y el futuro político del enclave. La respuesta abre una ventana de negociación, pero también refleja las profundas diferencias entre las demandas palestinas, las expectativas de Israel y la estrategia de Washington, en un escenario que combina tensiones humanitarias, presiones diplomáticas y riesgos de escalada regional.
Hamas busca negociar sin desarmarse
En su declaración oficial, Hamas indicó que acepta la liberación de todos los rehenes israelíes (vivos y fallecidos) bajo la fórmula de intercambio incluida en el plan de Trump. El grupo también expresó disposición a transferir la administración de Gaza a un cuerpo de tecnócratas independientes con respaldo árabe e islámico, siempre que se logre un consenso nacional palestino. Esto sugiere una apertura hacia un modelo de gobernanza transicional, pero sin renunciar al papel político que el movimiento reclama dentro del proceso palestino más amplio.

No obstante, el comunicado evita referirse a la desmilitarización y al desarme, dos exigencias centrales de Washington e Israel. Hamas insiste en que no renunciará a su brazo armado hasta que Israel retire completamente sus fuerzas de la Franja. Además, plantea que cualquier discusión sobre el futuro político de Gaza debe realizarse dentro de un marco nacional palestino, lo que implica incluir a otras facciones como Fatah y contar con respaldo internacional. En este sentido, aunque la respuesta es presentada como una muestra de flexibilidad, en la práctica evidencia las tensiones estructurales que dificultan la implementación de una paz negociada.
El ultimátum de Washington y la incertidumbre regional
Horas antes del comunicado, el presidente Trump advirtió que si Hamas no aceptaba el plan antes del domingo “se desataría todo el infierno” en Gaza. La Casa Blanca dio un plazo de 72 horas para liberar a los rehenes y aceptar los puntos centrales del acuerdo, en un gesto que busca proyectar liderazgo estadounidense en Medio Oriente. El plan prevé un cese al fuego inmediato, la retirada gradual de Israel, la entrega de ayuda humanitaria y la administración internacional del enclave.Sin embargo, no incluye una ruta clara hacia un Estado palestino, lo que genera resistencia en sectores árabes e incertidumbre en la Autoridad Palestina.

La propuesta sitúa a Estados Unidos como el mediador principal, en un momento en que la guerra está por cumplir dos años y el costo humanitario en Gaza supera los 66.000 muertos, la mayoría civiles según las autoridades sanitarias locales. La aceptación parcial de Hamas refleja una estrategia de resistencia negociada: ganar tiempo, preservar su capacidad militar y proyectar que cualquier solución debe reconocer sus demandas mínimas. Para Trump, en cambio, la apuesta es doble: consolidar apoyo internacional presentándose como el presidente que puso fin a la guerra, y reforzar su narrativa electoral en torno a la seguridad y el liderazgo global. La clave geopolítica está en si Israel, respaldado por Washington, aceptará ceder en cuestiones como la desmilitarización y el futuro gobierno del enclave, o si el rechazo a estos puntos hará inevitable una nueva escalada militar.
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