En los últimos años, China se consolidó como líder indiscutido en la producción global de tecnologías limpias, con más del 80% de los paneles solares y el 70% de las baterías y vehículos eléctricos que circulan en el mundo. Este dominio generó alarma en las principales capitales occidentales, donde se advierte sobre una supuesta “carrera” o “batalla” por el control del futuro energético. Sin embargo, un análisis desde la perspectiva china sugiere que convertir esa supremacía en un instrumento de coerción política sería no sólo complejo, sino económicamente y estratégicamente autodestructivo.

La Inflation Reduction Act en Estados Unidos, la estrategia de “des-riesgo” de la Unión Europea y otras políticas industriales reflejan el temor de que Pekín pueda utilizar su posición de fuerza para condicionar a sus rivales. Pero desde Beijing, la realidad es más ambivalente: la industria verde depende de insumos, mercados y tecnologías externas, lo que reduce las posibilidades de manipular la interdependencia en términos de coerción geopolítica.
Dependencia mutua y límites estructurales
La cadena de suministro de las tecnologías limpias es profundamente internacionalizada. Para sostener su industria de baterías y paneles, China importa minerales críticos, commodities a gran escala y semiconductores avanzados, en su mayoría provenientes de Occidente. Cerrar el acceso a sus exportaciones dañaría tanto a los socios comerciales como a la propia industria local, que representa ya más del 10% del PBI chino y un cuarto del crecimiento en 2024.
Además, las inversiones chinas en minería, procesamiento y manufactura se encuentran distribuidas en múltiples países, desde América Latina hasta África. En caso de un conflicto político, estos activos en el exterior podrían volverse vulnerables a interferencias estatales o nacionalizaciones, restando margen de maniobra a Pekín.
Diferencias con las armas energéticas tradicionales
A diferencia del petróleo o el gas, cuyo suministro puede provocar crisis inmediatas, los paneles solares o las baterías no constituyen un “nodo crítico” cuya interrupción paralice economías enteras. El poder de mercado chino se basa en escala y costos, no en un monopolio tecnológico irreemplazable.
De hecho, el índice global de innovación en tecnología limpia de 2024 mostró que solo dos empresas chinas figuraban entre las 100 más innovadoras, frente a 41 estadounidenses y varias decenas de Europa y Canadá. Es decir, China domina la producción, pero no el liderazgo tecnológico disruptivo.

Además, convertir las energías limpias en un arma también debilitaría la narrativa diplomática de China como defensora del libre comercio y la cooperación climática. Xi Jinping ha reiterado que la energía no debe ser “politizada ni convertida en herramienta de coerción”, un mensaje que busca contrastar con la política de sanciones de Washington.
En el plano doméstico, las tensiones entre autoridades centrales, gobiernos locales y empresas privadas limitan la capacidad de control absoluto. La experiencia de las “tierras raras” en 2010 mostró que, incluso con restricciones oficiales, el contrabando y la fuga de productos socavaron la efectividad de la política.
Riesgo de boomerang: acelerar la diversificación global
La historia demuestra que las restricciones de China tienden a acelerar la creación de cadenas alternativas. El caso de las tierras raras derivó en el fortalecimiento de productores en Australia y Malasia, mientras que los aranceles a los paneles solares en la década de 2010 incentivaron a China a expandir su propia industria de polisilicio hasta alcanzar el 95% del mercado mundial.
Un intento de “armar” las exportaciones de tecnologías limpias hoy podría tener un efecto similar: provocar la rápida diversificación de proveedores en Occidente y reducir la cuota de mercado china en el mediano plazo, debilitando el pilar más dinámico de su economía.
Te puede interesar: Taiwán afirma que no producirá chips de EE.UU. en medio de las tensiones con China












