Fue una imagen cuidadosamente compuesta: el presidente de China, Xi Jinping, vestido con el traje Zhongshan (también conocido como traje Mao) que utiliza en ocasiones solemnes, caminando acompañado a su derecha por el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y a su izquierda por el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un.
En la segunda línea, detrás de los tres líderes y sus intérpretes, caminaban el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian; el de Turkmenistán, Serdar Berdimuhamedow; el de Bielorrusia, Alexander Lukashenko; y varios otros mandatarios.

Fue a comienzos de septiembre, cuando China celebró el aniversario 80 de la victoria ante Japón durante la Segunda Guerra Mundial con una demostración de fuerza, a través de un desfile militar de grandes proporciones que suscitó incluso la envidia del presidente estadounidense Donald Trump, pero también con una demostración de voluntad política de formar -y liderar- una coalición de países que pueda hacer frente a la alianza atlántica que triunfó en la Segunda Guerra Mundial de la mano de la Unión Soviética, extinta hace mucho tiempo.
Nadie querría llamarle movimiento ni bloque: las reminiscencias de estos conceptos con la Guerra Fría están en las antípodas del compromiso de China con el libre comercio y, en definitiva, el capitalismo, por más características chinas que posea.
¿El nuevo eje con China a la cabeza?
Pero sin dudas es una coalición, con todas las limitaciones que tal arreglo supone. Y de un alcance y poder formidables, más aún si decidiéramos identificarla con el grupo de los BRICS que componen Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Aun así, las ausencias del primer ministro de la India, Narendra Modi, y del presidente de Brasil, Lula da Silva, de la celebración por la victoria de China ante Japón -y de la foto en cuestión- sugiere que los BRICS circulan por una vía paralela al dominio exclusivo de Beijing.

Lo mismo podríamos decir, sin embargo, de la coalición parada justo en frente. Las fricciones entre Estados Unidos y la Unión Europea por el gasto en defensa y la guerra en Ucrania -en definitiva, por el liderazgo en el Atlántico–, y entre los europeos y el Reino Unido, han debilitado enormemente a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial en Europa, un grupo muchas veces -y quizás erróneamente- utilizado como sinónimo de Occidente.
Pero volvamos a China y sus intentos de consolidar y liderar una coalición alternativa al histórico dominio de Washington.
Más allá de las fotos y de las puestas en escena, ¿qué tan poderosa sería esta coalición que China pretende liderar? Para responder propongo tres variables: PBI, población y armas nucleares.

El PBI muestra, a falta de mejores indicadores, el peso económico de cualquier grupo de países. La población es un factor histórico e insoslayable de relevancia. Y las armas nucleares son una representación simplificada, pero estratégicamente útil, del poder militar.
Tomando solo los tres principales países en la foto tomada el 3 de septiembre en Beijing, China, Rusia, Corea del Norte, los tres que han demostrado la mayor cooperación en los últimos años, vemos que la población asciende a 1.579 millones de personas.
El PBI combinado de los tres países alcanza los 20 billones de dólares, según datos del Banco Mundial. Y en cuanto a armas nucleares, los tres registran unas 6.130 ojivas, entre aquellas desplegadas y almacenadas, de acuerdo con el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI).

¿Cómo se compara con la alianza entre Estados Unidos y Europa?
En términos de PBI la diferencia es aún grande entre Oeste y Este: Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea acumulan un PBI cercano a los 50 billones de dólares, pero con un población sensiblemente menor de 850 millones de personas
Mientras que en lo referido a las armas nucleares, las 5.843 ojivas de Estados Unidos y sus aliados suponen casi una paridad.
¿Son estos los inicios de una paridad económica, militar y estratégica entre dos bloques? Aún parecemos estar lejos de eso en un mundo todavía interdependiente. Pero China ha decidido no perder más el tiempo con sueños de multilateralismo y cooperación global, ante el retroceso abrupto y cataclísmico de un Estados Unidos que pone cada vez más la mirada sobre sí mismo.
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