Frente a la simbólica plaza de Tiananmen, un Xi Jinping envalentonado aseguró ante 50.000 personas que el pueblo chino estaba “firmemente en el lado correcto de la historia”, según reportó la agencia Reuters. Fue el miércoles durante el enorme desfile militar en conmemoración por la victoria ante Japón en la Segunda Guerra Mundial, hace 80 años, que junto con la derrota del nazismo abrió las puertas a un nuevo orden mundial que ahora parece estar en juego.
“Hoy en día, la humanidad se enfrenta a la elección entre la paz o la guerra, el diálogo o la confrontación, ganar-ganar o suma cero”, dijo Xi.
Conmemorar la victoria ante Japón -y recordar las masacres de Nankin y la brutalidad de la Unidad 731 en suelo chino- no es una costumbre longeva en la República Popular China, y eso tiene que ver con la compleja historia reciente del país. De hecho, la primera vez que se celebró el fin de la Segunda Guerra Mundial, o Guerra Mundial Anti-Fascista, como se la conoce en China, fue en 2015, cuando se cumplieron 70 años.

Y es que cuando Japón invadió Manchuria en 1931 y cuando en 1937 estalló la segunda guerra sino-japonesa, no había aún una República Popular sino una República de China, bajo el mando del generalísimo Chiang Kai-Shek.
La guerra con Japón llevó a una tregua temporal en el incipiente conflicto con las fuerzas comunistas lideradas por Mao Tse Tung, que luchaban contra Chiang. Pero tras la derrota japonesa, la guerra civil se reanudó y la victoria comunista llevó a la fundación de la República Popular de China en 1949.
Esa China de Mao, sin embargo, poco había tenido que ver con el triunfo ante Japón, precipitado por la China de Chiang Kai-Shek junto a Estados Unidos, Reino Unido y, sobre el final, la Unión Soviética.
Que en los años recientes Beijing se haya apropiado de la conmemoración no sólo destaca un guiño a la política central de reunificación con Taiwán, donde se refugiaron los seguidores de Chiang Kai-shek y la República de China, sino también los esfuerzos de Xi por colocar a China como último garante del orden internacional surgido de la derrota contra el fascismo, frente al desapego cada vez más evidente de Estados Unidos.

Un Estados Unidos que, bajo el liderazgo de Trump, parece estar retornando a esa vieja costumbre del aislacionismo -al menos de los asuntos europeos- matizado con una aparente reversión de la Doctrina Monroe para con América Latina.
Washington no se ha retirado del mundo aún. Pero Trump ha tenido a sus aliados europeos entre sus rivales predilectos durante su primer mandato y lo que va del segundo: los ha acusado de no gastar en Defensa lo suficiente, aprovechándose de EE.UU., y de comerciar en condiciones de abuso con su país, haciéndolos objetivo de sus aranceles de guerra.
Ha también sugerido que retirará el apoyo a Ucrania en la guerra con Rusia, apoyo que para los europeos es central en materia de Defensa continental.

Y, a medida que Trump se aleja de Ucrania -mientras habla y sella acuerdos secretos con Putin-, se acerca en cambio al Caribe: el reciente despliegue naval alrededor de Venezuela no se ha visto desde la invasión de Panamá de 1989.
Washington sostiene que los buques de guerra, entre los que se cuentan un crucero clase Ticonderoga, tres buques de asalto anfibio y numerosos destructores, además de un complemento de infantería de marina, realizan allí operaciones contra los cárteles del narcotráfico.
Pero si esta flota sumamos el despliegue de 10 cazas F-35 en Puerto Rico, la desproporción de fuerzas es evidente y marca un giro de la atención de EE.UU. desde Europa y Medio Oriente hacia América Latina, mientras mantiene intacta su presencia en Asia para contrarrestar a China, su gran rival económico y político.
¿Puede China convertirse en garante del multilateralismo -ahora dirigido desde Beijing– surgido tras la Segunda Guerra Mundial, y del comercio global que es clave para su economía, mientras EE.UU. se adentra en el proteccionismo y se concentra en su propio “patio trasero”?
Por lo pronto, hay algo en la política exterior estadounidense que no cambiará incluso con Trump: el mantenimiento de la superioridad militar sobre China, para lo cual necesita también de su aliado acérrimo, el Reino Unido, y de países como Japón, Corea del Sur y Australia para completar el cerco de contención en el Pacífico.
Y China se enfrenta a este bloque apoyándose principalmente en Rusia, que cumple un rol central fijando a los europeos en Ucrania, y en menor medida en Corea del Norte y los países miembros de los BRICS, que poco parecen tener que ver, finalmente, con el multilateralismo.
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