El acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y Mercosur entró en una etapa decisiva cuando el bloque europeo formalizó recientemente el inicio del proceso de ratificación, mientras habilita un pacto interino que permite activar partes del acuerdo en lo inmediato. Esto implica la eliminación progresiva de aranceles en más del 90 % de las exportaciones de ambos bloques, junto con mecanismos de protección para sectores sensibles y un fondo compensatorio anual cercano a los €1.000 millones

Para Argentina y los países del Mercosur, este acuerdo representa una oportunidad estratégica, ya que prevé la apertura a un mercado de más de 700 millones de personas, la diversificación frente a China y EE. UU., y el fortalecimiento de sectores agroindustriales —carne, granos, vino, biocombustibles— que son centrales en su matriz exportadora.
Este pacto también responde a urgencias estratégicas globales como diversificar mercados en tiempos de proteccionismo global, reducir la dependencia de China y contrarrestar los aranceles unilaterales impuestos por Estados Unidos. Y visto de modo más amplio, el éxito del acuerdo potenciaría la institucionalidad del Mercosur como bloque: facilitaría la integración comercial interna, promovería inversiones y encadenamientos productivos, y actuará como puente hacia otros acuerdos con Canadá, Pacífico o EFTA.
La contradicción de Milei entre el dicho y el hecho
Sin embargo, el presidente de Argentina, Javier Milei, mantuvo una postura crítica frente al Mercosur, definiéndolo como una estructura burocrática que “perjudica a los argentinos de bien” y proponiendo la liberalización unilateral, incluso acuerdos bilaterales con EE. UU. que irían más allá del marco del bloque.
Para Milei, el Mercosur funciona como una “cárcel burocrática” y un “obstáculo para el progreso de los argentinos”, cuestionando sus protecciones y burocracia excesiva. Además, en reiteradas oportunidades advirtió que Argentina podría avanzar sola si el bloque no flexibiliza sus normas, llegando a sugerir incluso la posibilidad de abandonarlo.

Sin embargo, su discurso antibloque se vuelve totalmente contradictorio al contrastar con la acción concreta: su Gobierno impulsó la firma del acuerdo UE-Mercosur y promovió una ampliación de las excepciones arancelarias (de 100 a 150 partidas), conscientes de los beneficios económicos que el pacto aportaría a la Argentina.
A esto se suma el hecho de que las reformas que propone son complicadas en términos institucionales y podrían perjudicar más de lo que benefician. El Estatuto del Mercosur exige consenso para firmar cualquier trato externo, y apartarse unilateralmente podría aislar a Argentina de uno de sus mercados más importantes, especialmente dada su relación deteriorada con Brasil, principal socio regional.
Argentina necesita al Mercosur
Mantener a Argentina dentro del bloque, pero desde una posición activa y pragmática, le permite acceder a beneficios comerciales con un mercado más amplio, atraer inversiones, modernizar sus sectores productivos y preservar estabilidad institucional que favorece, a su vez, su desarrollo económico. Estos factores no son menores teniendo en cuenta la delicada situación económica que atraviesa el país sudamericano.
En definitiva, Milei necesita más al Mercosur de lo que su discurso admite. Si bien busca reformarlo o incluso desdibujarlo, el bloque sigue siendo el puente más real para alcanzar oportunidades de exportación, integración económica global y respaldo institucional, algo que un país aislado – principalmente con sus vecinos regionales – difícilmente podría conseguir en el contexto internacional actual.

Además, en un contexto de creciente proteccionismo global, donde Estados Unidos endurece barreras comerciales y China pone su foco en América Latina, el Mercosur le ofrece a Argentina una plataforma de negociación colectiva mucho más robusta que la que podría alcanzar de manera unilateral. El bloque le da ciertas oportunidades económicas y una cintura política en las mesas internacionales, al tiempo que también funciona como un paraguas diplomático frente a disputas bilaterales.
Lo cierto es que para un gobierno que enfrenta tensiones internas y carece de aliados estables en la región -debido a que desde su asunción como presidente, Milei opto por una agenda regional que no prioriza las relaciones bilaterales con Sudamérica y, por el contrario, se alinea con países como Estados Unidos o Israel- abandonar o debilitar el Mercosur implicaría renunciar a una herramienta clave de inserción internacional. O al menos a una herramienta real y concreta que podría traerle beneficios.
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