La Armada de Estados Unidos atraviesa un momento de transición tecnológica decisiva: busca desplegar una flota de drones marítimos capaces de operar en enjambres autónomos para enfrentar el avance naval de China en el Indo-Pacífico. Sin embargo, los últimos ensayos revelaron fallas críticas que exponen las dificultades de adaptar la tradición naval estadounidense a los desafíos de la guerra no tripulada.
En una prueba realizada en la costa de California el mes pasado, un dron de superficie se detuvo repentinamente debido a un error de software, provocando que otra embarcación autónoma colisionara violentamente contra su costado. El incidente, registrado en video y revelado por Reuters, dejó al descubierto problemas de integración entre los sistemas de control y los algoritmos de autonomía.

Semanas antes, un dron desarrollado por BlackSea Technologies aceleró de forma inesperada mientras era remolcado, ocasionando el vuelco de la embarcación de apoyo y arrojando a su capitán al agua. Estos episodios, sumados a la suspensión de un contrato de casi 20 millones de dólares con la firma L3Harris para proveer software de autonomía, reflejan la magnitud de los desafíos técnicos y organizacionales que enfrenta el programa.
El valor estratégico de los drones marítimos
El interés de Washington por este tipo de sistemas creció al observar el impacto de los drones navales ucranianos contra la Flota del Mar Negro de Rusia. Con un costo aproximado de 250.000 dólares por unidad y capacidad para transportar explosivos o sensores, estas plataformas demostraron que incluso buques de gran porte pueden ser neutralizados por medios no tripulados de bajo costo.

Estados Unidos, sin embargo, busca ir más allá. La Marina pretende conformar un enjambre de drones de superficie totalmente autónomos, capaces de operar en conjunto, recopilar inteligencia, extender el alcance de la flota y ejecutar ataques coordinados sin intervención humana. Cada unidad estadounidense podría costar varios millones de dólares, una apuesta ambiciosa pero estratégica frente al incremento de capacidades chinas en el estrecho de Taiwán y el mar de China Meridional.
Una estrategia en tensión
La iniciativa se enmarca en el programa Replicator, lanzado en 2023 con una inversión de 1.000 millones de dólares, destinado a acelerar la producción de sistemas autónomos aéreos y navales. BlackSea Technologies ya produce decenas de embarcaciones GARC (Global Autonomous Reconnaissance Craft) al mes, mientras que Saronic desarrolla el modelo Corsair, aún en fase de pruebas.
El propio almirante Jim Kilby, jefe interino de Operaciones Navales, visitó recientemente la planta de BlackSea en Baltimore y aseguró que estas plataformas “serán esenciales para ampliar la conciencia situacional, aumentar la letalidad y extender el alcance de la flota”.
Sin embargo, el programa enfrenta turbulencias internas. La destitución del contralmirante Kevin Smith, líder del área de adquisiciones de sistemas no tripulados, sumada a las dudas expresadas por altos funcionarios del Pentágono sobre la viabilidad y costo-efectividad del proyecto, ponen en entredicho su continuidad. El Programa Ejecutivo de Unmanned and Small Combatants (PEO USC), responsable de la iniciativa, incluso podría ser reestructurado o cerrado.

Un futuro incierto pero inevitable
Pese a los contratiempos, la presión estratégica es ineludible. El reciente episodio en el que un dron estadounidense Lightfish se cruzó con el portaviones Liaoning de China en el Pacífico ilustra la creciente relevancia de estas tecnologías en el pulso naval global. Equipados con energía solar y sensores de largo alcance, estos sistemas refuerzan la capacidad de vigilancia de Washington y obligan a Pekín a replantear su despliegue.
Expertos como T.X. Hammes, del Atlantic Council, señalan que la Armada enfrenta un dilema estructural: “una institución acostumbrada a construir grandes buques, con procesos lentos de decisión, debe adaptarse de golpe a una lógica de innovación rápida y barata”.
Te puede interesar: EE.UU. y China se enfrentan en el Indo-Pacífico en un nuevo capítulo de provocaciones por el dominio del Mar de China Meridional














