La guerra en Ucrania atraviesa una etapa definida por un uso sin precedentes de drones y misiles por parte de Rusia. En una sola noche, Moscú lanzó 450 proyectiles contra distintas regiones, incluyendo 200 drones Shahed, 24 misiles y unos 200 señuelos Gerbera. Estos ataques han trasladado gran parte de la devastación del frente a las ciudades, donde viviendas, infraestructura energética y servicios esenciales han sido alcanzados de manera sistemática.

En otras ciudades como Járkov o Lviv, los residentes viven bajo la amenaza de alarmas aéreas casi diarias, mientras equipos de emergencia trabajan sin descanso para atender a las víctimas y restablecer servicios básicos.
Drones como eje del conflicto
El despliegue masivo de drones se ha convertido en un pilar central de la estrategia militar de ambos bandos. Rusia emplea modelos Shahed y Geran-2 para golpear infraestructura crítica y áreas residenciales, mientras Ucrania ha incrementado la producción de drones FPV y unidades de largo alcance.

Expertos como Bohdan Danyliv señalan que el conflicto ha superado el esquema tradicional de guerra terrestre y aérea. La incorporación de drones de bajo coste y alta efectividad ha abierto un nuevo escenario, donde la innovación y la capacidad de adaptación tecnológica pueden ser tan determinantes como la potencia de fuego. La velocidad con la que ambos países incorporan mejoras técnicas está transformando el campo de batalla a un ritmo vertiginoso.
Moral y resistencia en la población
Aunque la estrategia rusa busca desgastar la moral ucraniana, muchas comunidades han respondido con mayor determinación. En ciudades atacadas, voluntarios y rescatistas actúan bajo riesgo constante, incluso frente a tácticas de doble impacto, donde un segundo dron llega minutos después del primero para atacar a quienes acuden al lugar. Estas maniobras incrementan las bajas y complican la labor de los servicios de emergencia.

En Kiev, un bombero declaró que “si creen que esto nos va a doblegar, no funcionará”, reflejando un sentimiento extendido de no ceder ante la presión. Esta resiliencia civil se ha convertido en un factor clave para sostener el esfuerzo bélico y mantener la cohesión social frente a un conflicto prolongado.
Producción rusa y adaptación tecnológica
La planta de Alabuga, en Tartaristán, es actualmente el núcleo de producción de drones Geran-2 y señuelos Gerbera, fruto de un acuerdo con Irán. Las fuerzas rusas han perfeccionado sus ataques variando rutas, altitudes y empleando inteligencia artificial para guiar drones hacia objetivos con mayor precisión.

El constante flujo de innovación también ha impactado en el ritmo de producción. Rusia ha logrado fabricar drones en cantidades que le permiten sostener ataques masivos durante días consecutivos. Esto no solo ejerce presión militar, sino también psicológica, al mantener a la población bajo una amenaza persistente que erosiona el sentido de seguridad.
Respuesta ucraniana y operaciones de profundidad
Kiev ha intensificado sus ataques en territorio ruso, apuntando a refinerías, depósitos de combustible y bases aéreas con drones y misiles de fabricación nacional. Operaciones como “Telaraña” han logrado dañar decenas de aeronaves en una sola jornada, buscando frenar la capacidad operativa y logística de Moscú.

Sin embargo, comandantes ucranianos advierten que los drones, por eficaces que sean, no reemplazan la necesidad de infantería para controlar y mantener terreno. La combinación de operaciones de desgaste a larga distancia con acciones terrestres sigue siendo esencial para lograr avances significativos en el frente.
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